viernes, 17 de mayo de 2013

Se palpa.




Se palpa la intriga en los alimentos, en sus precios, que no se sabe si suben o si bajan, si se estancan o desaparecen del mapa, si disminuye el gramaje de sus recipientes o solo se trata de nuestras ansias, si son verdaderas las ofertas, si se ha metido la mano en la salubridad de los nutrientes, si se ha contado con el cloro y el mercurio que corren por nuestras venas, sin a penas esclarecidos efectos secundarios, como invitados a quedarse en nuestro cada día más descompuesto organismo conservado; en las fechas de caducidad que no caducan, en las artimañas del comercio, en cada cosa que nos llevamos a la boca, en los envoltorios tras los que no sabemos qué nos espera, en el veneno nuestro de cada día adulterado con polvos sádicos de la mano de los ladrones de guante blanco que hacen lo que les da la gana con la baraja del consumo, con los códigos de barras, con la comida basura, con su mugrienta tendencia a las ganancias sembrando de carnes infectadas las dietas de la gente; por los creadores de la necesidad en forma de noria imposible de detener, por quienes nunca han hecho de tripas corazón y siempre han dado un paso al frente en la trama de los fines más corruptos, introduciendo sus narices en las perfumadas cloacas del abuso.
Se palpa el silencio en la cola del metro, en la que los rostros no se miran cara a cara porque se miran de soslayo con una mezcla de cinismo, respeto y soledad, y resguardado sobresalto, como napados de un agobio callado que envasa las prisas al vacío, por una indignación acumulada en la despensa de la desgana que conduce a las leyes de la insidiosa obligación de cada jornada, por la sinrazón del tropiezo acelerado en las escaleras y en los bordillos, en las puertas giratorias y los ascensores; por los golpes, los roces y los frenazos que jamás se exilian del comportamiento ordinario de cuantos gestos pertenezcan al desafuero de ademanes que se pone en práctica sobre las tripas de la gran cuidad, con la legítima defensa del salir corriendo, con la nicotina impregnando las demoras, con las entradas y salidas de mercancías que no cesan de apabullarnos, de someternos a la oferta y la demanda del yo quiero y no puedo.
Se palpa el murmullo en las aulas de la universidad, en las que los alumnos se agolpan como rebaños en busca de agua, en las que ya va siendo difícil el silencio con el que conseguir un mínimo de atención, un hueco para el deleite de la escucha, un minuto guardado para la sorpresa del dato encerrado, para que la tiza diga esta boca es mía y también es vuestra, porque vuestro es el futuro aunque no os lo creáis; aulas en las que cada día son más los que encuentran dificultades para hallar un sitio en el que reposar su portafolios y su lápiz, su decencia de estudiante y su sueño de aprender, sus interrogaciones y sus apuntes, su levantarse cada mañana con la premonición de tener el privilegio de poder asistir a una exposición magistral, tras la que se debatirá y se continuará atribuyendo parte de la alegría de la vida a los ratos de investigación, a esa llanura en la que todo es posible porque no se deja de crecer, de avanzar, de solo saber que no se sabe nada.
Se palpa la incertidumbre en la cara de los taxistas que llevan horas esperando a que un cliente les solicite una carrera, que miran el reloj con esa cercana distancia de la desesperación que se quiere uno quitar de encima pero no puede ni sabe cómo hacerlo, que encienden un cigarrillo tras otro y ven pasar los autobuses urbanos sin gente, que asisten en su rutina al griterío de una manifestación, que ven como envejecen los bancos de las plazas en las que suelen parar a verlas venir, a preguntarse cuánto falta, qué hora es, y observar cómo el tiempo no perdona y parece uno más de los congregados en la devoción por la tristeza, maltratando el paisaje urbano, desaliñándolo con una capa de polvo para la que se ha reducido el número de funcionarios del servicio de limpieza, y soportan cual estoicos cómo los compañeros unos a otros se repiten que la cosa está jodida.
Se palpa la preocupación en los guardas jurados que miran para cualquier lado matando el aburrimiento de las horas en pie, mientras rezan para que no venga ningún desalmado a llevarse por delante lo primero y al primero que se entrometa en su camino, que otean las caravanas de transeúntes solitarios que se dirigen a cualquier lado y a medida que descienden por la calle se difuminan los atisbos de la sospecha, los fantasmas del esta vez sí, del sabía yo que podría pasar, del tanta tranquilidad no era normal; las manos a las carteras, el miedo en el cuerpo, a ras de suelo, el grito en el cielo para pedirle clemencia a un Dios que se debe estar riendo a costa nuestra, digo yo, tú dirás, si no a santo de qué tanto discurso de paz entre los hombres, tanta misericordia, tanta imagen y semejanza que han hecho quedar muy mal a esa historia de la serpiente y la manzana y el pecado y el paraíso y el más allá cuando en el más acá no hay quién pare quieto, no hay quien salga indemne, vamos, no hay quien viva tranquilo, mire usted.
Se palpa la inseguridad en las declaraciones de los políticos, en el semblante del presidente del gobierno que no sabe ya cómo decir lo mismo para que parezca diferente a lo que dijo ayer diciendo lo mismo, lo que retumba en los oídos de los inocentes, colapsando su cerebro con eufemismos que aumentan la crónica enfermedad de la resignación que no aguantará ni medio asalto más, que no será salvada ni por la campana, que flaquea porque el mal de la mentira ha engendrado en su ser el tumor terminal de la decepción, de la falta de equipaje, del desamparo de valores con el que naufraga una nave que no conoce al capitán, de las faltas de respeto a los derechos humanos que se tuercen en las entrañas de la demagogia y la tergiversación más enrevesada que no está dispuesta a dar su brazo a torcer, en la insensatez acomodada, en la óptica burguesa que no se siente maltratada, en la incredulidad, la desilusión, que irrevocablemente se distancian de la esperanza de asistir a un definitivo pacto que dé muestras de ejemplaridad al resto de países que luchan por lo mismo. Se palpa, se palpa, se palpa.

4 comentarios:

  1. Se palpa:que hay mucha incertidumbre y mucha inseguridad y,que los que la tienen que infundir caminan a tientas,probando con esta ley o aquella y,a esperar a ver que dicen las estadísticas(mentiras que se inclinan hacia un lado o el otro según quien dé esos datos) y mientras tanto,¡no comas!...Un abrazo palpado!!

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    1. Ya te digo, y mientras tanto a esperar, o mucho mejor, a estudiar, a vivir tratando de que no nos condicione tanto toda esta caterva de irresponsables, y aportando en la medida de lo posible nuestro granito de arena, desde nuestra humilde posición, para que el mundo gire en el sentido adecuado, comenzando por nuestro entorno y aspirando a que se extienda la benevolencia de dicho efecto.

      Mil abrazos.

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  2. Realmente, Clochard, nada sabe por donde van los tiros. Supongo que hace falta esperanza e intentar ser positivos. Intentarlo, al menos.
    Salu2 palpables.

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    1. Dyhego:

      Sin duda. Hoy en día hay que salir a la calle, además de con la capacidad de asombro intacta, con el ánimo levantado, con la certeza de ser un privilegiado por muchas cosas que no se nos pueden olvidar; pero es tan complicado, hay tanto desconsuelo, tantos rostros que muestran abatimiento... tanta injusticia consentida.

      Salud.

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