sábado, 22 de junio de 2013

Manzanas podridas.




No dejo de darle vueltas a algo que me dijo un alumno de la escuela de hostelería que visité el pasado miércoles. Recuerdo que, mientras hablábamos del gusto por el trabajo bien hecho, uno de los asistentes se refirió a un aspecto con el que me identifiqué de inmediato. Sucede que a veces, frecuentemente por desgracia, cuando un recién llegado, a un supuesto equipo de trabajo, trata de remar a favor, de pensar y colaborar lo mejor que puede, de no buscarle tres pies o pieles al gato, curiosamente cae en una especie de incomprensible incomprensión por parte de algún que otro insurrecto de los que llevan allí un tiempo sin dejar de lamentarse. Este tipo de espécimenes son especialmente peligrosos cuando pertenecen al cuerpo de mandos intermedios. Todos aquellos que en la jerarquía de la empresa están justo debajo de la dirección, y tienen el mal hábito y la insana costumbre de pensar que todo el mundo es tonto menos ellos, suponen el peor de los peligros. Ni comen ni dejan comer; y lo que es peor: quieren estar a bien con todos sin dejar de engañar a nadie. Se les ve muy pronto el plumero. Pero suelen tener la habilidad de ponerle al jefe una venda en los ojos con la que éste no deja de ver las cosas del color que desea. Osea, que el director acaba por no enterarse de nada, y cuando alguien llega y ve el patio, el percal, lo que hay, y honradamente transmite sus impresiones, viene a resultar que su postura es equivocadamente tomada por poco constructiva, cuando de lo que está informando es de que al pan pan y al vino vino, y de que, se ponga cómo se ponga la inoperancia de los pelotas, dos y dos son cuatro. Después, además de ser imposible pretender pedirle peras al olmo, tampoco podremos contar con las necesarias muestras de entusiasmo sin las que ninguna persona es capaz de dar lo mejor de sí misma.  
 Esa gente que no deja de quejarse en todo el día y que luego le hacen la rosca al jefe son la peor de las manzanas podridas que puedan encontrarse en el ámbito de una empresa. Esto ha pasado siempre, y seguirá pasando. La metáfora de la manzana podrida que pudre el cesto entero recorre los caminos de la envidia y la desidia. No deja títere con cabeza y arrasa con su propia dignidad, perdida por los senderos del cotilleo.  Porque para qué negar que en todos sitios cuecen habas; quiere decirse que no hay lugar en el que todo sea una balsa de aceite, ni en el que no se conozca problema alguno. Pero de ahí a ir a trabajar sufriendo va un trecho tan amplio como el que separa a la sinceridad de las triquiñuelas más perversas para enrarecer el ambiente. Por ello lanzo desde aquí mi humilde mensaje para que todos aquellos que vayan a incorporarse al mundo laboral, los jóvenes, como los de la escuela de hostelería, a los que aún nadie les ha limado las ganas ni la ilusión, no entren al trapo de semejantes sanguijuelas de la energía positiva, y opten por hablar claro y alto. Del mismo modo les invito a que no dejen de formarse para que sus argumentos se encuentren siempre respaldados por la transparencia de la propiedad en cada una de las palabras que digan. Suerte, chavales.  

2 comentarios:

  1. ¡Buen consejo, Clochard!
    Salu2 findesemaneros.

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    1. Bueno, tampoco es que sea uno nadie para dar consejos, pero si al menos para abrirle algo las puertas a la esperanza de que las cosas cambien.

      Salud.

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