martes, 11 de junio de 2013

Emoción anticipada.





Recuerdo los iniciales desplazamientos por carretera que hice en compañía de mi familia, aquellos primeros viajes desde mi pueblo al lugar en el que vivían mis abuelos. Viajábamos en un Seat 127 a lo largo de sesenta kilómetros entre pueblo y pueblo, entre los que se encontraba la por entonces siempre peligrosa travesía de Despeñaperros. Aquella sinuosa carretera trazada entre montañas, y los profundos márgenes de los barrancos, daban literalmente miedo y hacían que otros vehículos, en una lejanía de más abajo o más arriba según se mirara, se vieran tan pequeños como si fueran de juguete. Todo ante mis ojos se presentaba sorprendente: los carteles de las gasolineras, las ventas que más tarde derivaron en áreas de descanso, los animales que pastaban en los campos, los toros de Osborne, los tráilers y sus cargados remolques envueltos en lonas que cimbreaban con el viento, el olor a caucho y a frenos, el hedor a alquitrán en los tramos en obras y el repiquetear de las pequeñas piedras que chocaban contra la chapa del coche, las caravanas y el parpadeo de luces intermitentes de una fila de turismos adenlantando a los camiones instalados en un carril para vehículos lentos; el paso de una tierra repleta de olivos a otra en la que empezaban a asomar los tendidos cultivos de los llanos de la Mancha y sus primeras viñas; los cortijos levantados sobre montículos alrededor de los cuales se encontraba uno de esos cotos de caza en los que abundan las perdices; las vías del ferrocarril entreveradas en aquel paisaje, por uno de cuyos túneles asomaba la locomotora de un tren que arrastraba una fila de vagones con ventanas, y la admiración que yo sentía por aquel conjunto de hierros, ruedas, raíles y cables, que de tan desconocido me parecía grandioso, y aún más fascinante todavía el hecho de que allí dentro viajaran personas y mercancías rodando, entre las que para mi asombro destacaban automóviles matemáticamente ordenados en el interior de aquellos vagones que se deslizaban por los campos abiertos y se perdían a la vuelta de alguna roca cercana a Venta de Cárdenas.
Viajar. Desde entonces ha llovido mucho y aunque he viajado algo no he viajado nada. Por eso cada vez que veo uno de esos documentales en los que se cuenta cómo llegó el hombre a la Luna, o cómo dentro de unos años pretende hacerlo a Marte, o las arriesgadas escaladas a un monte como el k2 en la cordillera del Karakórum, en el Himalaya, o la emoción de la que gozan los expedicionarios que se insertan en la cordillera central del Perú en busca de los antiguos asentamientos de Machu Picchu, o la anchura del espejo de las aguas del Nilo, o la Muralla China, o el Coliseo Romano, o lugares más enrolados en la velocidad materialista, pero no por ello menos fascinantes, como las calles de Nueva York incluidos sus suburbios, o los millones de neones de Las Vegas, o la Plaza Roja de Moscú, o alguna calle de Pretoria en la que poder entablar conversación con uno de los héroes de la transición post apartheid, o cualquiera de los pueblos que se encuentren en las proximidades de donde vivo, tanto da, todos ellos sitios que tienen en común no haber sido pisados por mí, siento una especie de emoción anticipada y la misma ilusión que aquel niño que contemplaba el paisaje desde el interior de un Seat 127.

4 comentarios:

  1. Clochard:
    De los primeros viajes se guardan gratos recuerdos.
    Salu2.

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    1. Tan gratos, Dyhego, como para que nunca desaparezcan las ganas de seguir viajando.

      Salud.

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  2. Querido Clochard,me mareaba mucho en los viajes pero,los recuerdo con mucha intensidad.Casi siempre se viajaba en verano,las ventanillas bajadas por el sofocante calor y aquella música que ponían en la radio o en el cassett:Manolo escobar,Los chunguitos,Jose luis Perales,Pimpinela,Nino Bravo...para un niño de entonces era lo más parecido al mundo exterior y te parecía gloria bendita salir de tus pesadas y frustrantes e incomprensibles rutinas...Un abrazo viajero!!

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    1. Cómo no recordar, Amoristad, las cintas de cassette; yo todavía llevo alguna en el coche. Por entonces mi padre ponía a María Dolores Pradera, Manolo Escobar, Luis Cobos, Los Panchos y por ahí. Estaban bien aquellos primeros viajes, todo era descubrimiento.

      Mil abrazos.

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