domingo, 18 de mayo de 2014

De lo providencial





Hay que ver lo resolutivos que son algunos encuentros, lo que en ellos nos espera de inadvertido y de completamente improvisado desenlace, lo que de misterioso tiene el azar por mucho que me quieran hablar del destino. No sabemos lo que nos puede estar esperando a la vuelta de una esquina, o justo en el instante en el que acabamos de colgar el teléfono. No sabemos lo que hay tras las puertas que aún no hemos abierto, ni de los libros que todavía no hemos leído, ni de las ciudades por cuyas calles no hemos tenido la posibilidad de pasear hasta el momento. Sale uno de su casa dispuesto a cualquier cosa sin ser consciente de lo que ocurrirá minutos más tarde. A veces siento que poseo muy poca cosa más allá de las decisiones que hacen que mi cerebro le vaya indicando a mis piernas el sucesivo movimiento que hace posible que me desplace, porque del resto, de todo lo que ocurre en las afueras de la carcasa de mi pensamiento y de mi cuerpo, se ocupan un cúmulo de casualidades y de ritmos alternos encargados de conjugar los verbos de la vida. Alguna veces, cuando he estado en algún apuro, he pensado lo bien que me vendría un poco de suerte, de salida, de la mano de uno de esos sucesos a partir de los cuales parece como que a uno le dieran alas, o al menos una bombona de oxigeno. En otras he mantenido mis ojos y mis oídos, mis cinco sentidos, alerta para detectar lo antes posible los mínimos indicios que me ofreciesen la posibilidad del deseado cambio de rumbo; pero casi siempre han sido hechos accesorios los que se han ido encargando de darle forma a la dirección del nuevo sendero. No tiene uno nunca la seguridad de si será o no acertada la decisión que acaba de tomar. Para bien y para mal ahí se encuentra el azar. 
El otro día, mientras saludaba a un colega del oficio que ahora regenta un restaurante en Sevilla, se topó con nosotros Abraham, un ex-compañero de fatigas que conocí en uno de esos sitios que hacen uso de la costumbre de pagar mal y tarde a sus empleados o de directamente no pagarles. Al verlo aprecié de inmediato que se encontraba anímicamente tocado; su gesto delataba problemas, sus ojeras se extendían a sus anchas por su rostro como las de quien llevan muchos días durmiendo mal o sin hacerlo. Iba dando un paseo acompañado por su mujer y su hijo, para matar el rato, para no pensar tanto en el principal de sus problemas, para olvidarse de las veces que le han dicho que no necesitan a nadie en las empresas por las que ha ido dejando su currículo a lo largo del las últimas cinco semanas, para no tirar la toalla y salir a la calle a verle la luz al día, venciéndose así mismo y no quedándose en la cama tumbado y mirando al techo. Al cabo de un par de minutos de conversación, y tras haberse presentado, Juan Manuel y Abraham quedaron para verse al día siguiente. Cuarenta y ocho horas después estaban trabajando juntos. Hoy he sido invitado a cenar en casa de esa humilde familia de tres miembros que no dejan de recordarme que aquel encuentro fue providencial para ellos. Para mí es un honor tan grande que acabo pensando que de una u otra manera debe existir, dentro de esos ritmos marcados por el azar, una especie de ley de la compensación que nos va cosiendo un traje a medida. Mientras la tierra gire y nade un pez, hay vida todavía. Hoy podemos celebrar algo. 


4 comentarios:

  1. Todo es tan azaroso.
    Me alegro.
    Salu2, Clochard.

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    1. A veces el azar nos regala gotas de posibilidades, mejor así. Gracias.

      SALUD, Dyhego.

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  2. Anna la catalana que se desanonimata19 de mayo de 2014, 20:07

    Es bonito y a la vez mágico q todos podemos ser tocados x esa providencia del universo q hace q nuestras vidas cambien en un segundo, y afortunado el q lo ve y lo comparte.
    Maravillosa vida!!!

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    1. Desde luego que si. Compartir este tipo de cosas forman parte de la grandeza de la vida.
      ...y, por cierto.... la desanonimadora que se desanonime, buena desanonimadora será....

      Deseos de felicidad!!!!!

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