martes, 27 de mayo de 2014

Hacerse otra pregunta




Gratifica sobremanera conversar a la vera de una cerveza y un cigarrillo, en compañía de personas que acaba uno de conocer mediante el camarero del bar al que ha ido a caer como atraído por el magnetismo de un imán, ese anfitrión entre cuyo ramillete de virtudes se encuentra saber darle a cada uno su sitio, y su lugar, y su voz y su voto depende a qué hora y en qué circunstancias. Da gusto arrimarse a la sombra del árbol de cualquiera de esos que no pasarían desapercibidos en una planta del Corte Inglés, aunque dudo que se atrevan a pisarla alguna vez. La flora y la fauna humana, humanista, es una especie consolidada que habita entre nosotros pero a la que hay que saber atisbar porque suele parecer otra cosa distinta a lo que realmente es: poesía, lírica, conocimiento, arte, educación y principios, maneras de vivir, observación, etimología, maestros a la hora de interpretar la nota más difícil de tocar que es el silencio. Existe mucho pensamiento caminado con ganas de ser compartido, pero no siempre se encuentra el momento idóneo para hacerlo. Hay mucho trotamundos con pinta de estar de vuelta de todo pero que mantienen firmemente su esencia socrática: saber que no saben nada, el perpetuo convencimiento de  ser unos pardillos, unos novatos, unos simples alumnos en las ilustres aulas de la vida de la calle y del mostrador, de la acera y de la parada de metro, del sillón de la biblioteca y del mueble bar en el que reposan volúmenes y no precisamente para adornar el comedor. Seres que conocen lo inabarcable del conocimiento, lo difícil que es tener algo claro en un mundo tan cambiante y tan siniestro. Estas personas, estos bohemios, estos maestros están ahí, en el lugar menos pensado, fumando pacientemente y escuchando, acodados en las barras de las tabernas, amenizando las tertulias con comentarios que son auténticas lecciones; y uno, que ha atravesado algún que otro desierto, siente un impulso de agradecimiento hacia todos aquellos que hacen posible compartir ese tipo de ratos en los que si los alcoholes se suben a la cabeza es para seguir investigando, o para hacerse otra pregunta. Salud.

2 comentarios:

  1. Entre los tertulianos de los bares, los hay de todo pelaje y condición, Clochard.
    No soy yo muy de bares, pero supongo que tiene que ser un martirio para un camarero tener que soportar al pesado de turno y sus rollos macabeos, porque los personajes que tu nos presentan no abundan mucho... ¿o sí?
    Salu2, Clochard.

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    1. Si, los camareros hemos de ser muy pacientes con los rollos macabeos, desde luego; y buenos psicólogos para saber llevar muchas difíciles situaciones. Pero cuando uno sale a la calle, convertido en cliente, sabe donde ir para encontrarse con la flor y nata del humanismo ambulante, que es realmente interesante, aunque no abunde.

      SALUD, Dyhego.

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