domingo, 12 de octubre de 2014

Octubre, Octubre





Una de las cosas que más me gusta del otoño es el olor que desprenden las calles después de haber llovido; otra el barniz de ocre que acompaña a los pensamientos caminados, y lo pausadamente que los días van haciéndose más cortos. El otoño es el recuerdo de los inicios de curso, el aroma a cuaderno sin estrenar y a goma de borrar intacta. La escena de los colegiales con sus carteras a hombros, junto con la de los escaparates de las librerías, ahora policromados por ejemplares de diferentes asignaturas, forma parte del compás de la obra de arte que nos trae el otoño: esa especie de incitación al estudio, a la lectura sosegada acompañada de un bloc de notas, al privilegio del café y la charla con buen verbo de la sobremesa en la que a través de las ventanas del comedor se comprueba cómo, minuto a minuto, se echa la tarde encima. Con la llegada de Octubre parece como si algunos de los hábitos que han sido frecuentes durante la canícula se vieran ahora abocados a una cierta hibernación, como cuando se guardan las prendas de una temporada a causa de la llegada de otra, y son metidos en el ropero de las costumbres que de callejeras pasan a ser más hogareñas. La música clásica de la lluvia, el soniquete del chisporroteo con el que se acompaña la llegada del sueño cobijado entre las sábanas, y el algodonado dibujo gris de nubes entre las que se rescata la instantánea de un rayo de luz son secuencias que pertenecen a los placeres de la contemplación: fotogramas del presente con hojas caídas en el suelo. El reflejo de las fachadas en los charcos próximos a las aceras dilata la perspectiva de los edificios, y es fácil ver en ellos el amplio brillo de la vida, el resurgir de la humedad con el que parece que las paredes sacian la sed contenida durante el verano. Es esta la época que más carga poética me sugiere, porque cada acto se acompaña de una inclinación hacia el refugio del alma, allá donde las ideas saborean la textura de la templanza: ni frío ni calor, un estado perfecto para pararse a hacer planes, para recomponerse por dentro, para sacarle punta al lápiz y escribir en una página en blanco los proyectos, las cosas que no se pueden olvidar, acompañado por el agradable vientecillo tras el que caen unas gotas de romanticismo. No hay nada como un mes de Octubre recién sacado del horno.

2 comentarios:

  1. Clochard:
    Hoy no estoy de acuerdo contigo. El otoño me resulta deprimente, triste y aburrido. No me gusta la pérdida de luz. El color de las hojas es maravilloso, eso sí. El fresquito de la noche, que permite dormir, es un auténtico placer. Si viviese en una zona donde se notase de verdad el otoño. quizás me gustaría algo más.
    ¡Que pase cuanto antes!
    Salu2 fresquitos.

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    1. Cuestión de sensaciones, Dyhego; para mí, en cambio, el verano es aburrido como una falla.

      SALUD.

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