miércoles, 17 de diciembre de 2014

Diciembre Diciembre




Dice/decía Francisco Umbral, en Un ser de lejanías, que cada mes es la mentira del siguiente, y leyendo esto me acuerdo de que aún/todavía no he escrito nada sobre diciembre en este mes de diciembre, mes en el que no faltándome de momento las ganas de escribir ni el aire con el que hacerlo me dispongo a bautizar una entrada, esta, con su nombre, con el nombre del mes último del año que tan cargado de turrones y alfajores viene debajo del brazo; el mes de la guirnalda y el portal de Belén y de las multitudinarias reuniones de bombillas con las que se alumbran las calles; el mes del humo de la chimenea y del carro de combate del asador de castañas, el mes de la lotería y de las notas del primer trimestre del curso, el mes en el que ensayábamos un teatro de pastores y reyes magos y vírgenes y San Josés y niños Jesús calentados por el vaho de unos bueyes mientras una estrella señalaba la dirección de un Oriente de fábula y de niebla empapada de azúcar; el mes de los ocres y los marrones del otoño entrado en invierno que se viste de rojo para darle la bienvenida a la navidad, el mes de las Pascuas y de la Noche buena y de los niños de San Ildefonso cantando la retahíla de números y de idénticas cantidades de pesetas hasta que saltaba la liebre en la bola menos pensada; el mes del recuerdo de los vendedores de los puestos del mercado de mi pueblo compartiendo un trozo de besugo al horno con patatas sobre un pedazo de papel de estraza en la mañana de la ilusión lotera pasada por agua nieve pisada con botas katiuscas y entusiasmo, con un porrón de vino blanco con gaseosa y un carajillo de coñá, esa era la mañana en la que nos dejaban llevar juguetes y caramelos al colegio/escuela. Diciembre, siempre nos arropa con su nombre porque bajo la fonética de su pronunciación aparece el halo del misterio del calor de las mantas, el edredón imaginado o dado por supuesto, la nostalgia de los pensamientos atemperados por el brasero y la sensación térmica de un hogar caliente que huele a puchero y a pavo asado, a frutos secos garrapiñados y a gachas, a mazapán y a churros con chocolate, a tortas y pasteles y roscones con dibujos animados, y esa imagen de la infancia, como casi todas, es indeleble pasando a formar parte del repertorio no ya de lo imborrable sino de lo imprescindible en el recuerdo, en el buen olvido y la maravillosa memoria de los niños. A mi con diciembre me pasa algo parecido a lo que decía García Márquez que le sucedía con su vida cuando afirmaba que de los nueve años en adelante no le había ocurrido nada importante; para mi diciembre se ha quedado enquistado como un tatuaje en la piel de mi alma y siempre viene a rescatarme, siempre me sienta bien, nunca se me atraganta aunque me pille en mitad de un desierto. Diciembre.

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