lunes, 22 de diciembre de 2014

Hoy no




Pronto llegará la cuesta de Enero, ese tortuoso camino, esa metafórica ascensión que todos los años hay que llevar a cabo después de los excesos de la Navidad. He escrito exceso cuando ya es una palabra que cuesta trabajo usar, por su desuso precisamente, por el desuso del exceso por parte de la gente/ de la clase trabajadora. Pero este año parece como si nadie se acordara ni de una cosa ni de la otra, ni de los lujos que el cuerpo pueda darse ni de la famosa cuesta que ya es un mal que acapara al año entero. El primer síntoma latente, hoy, de que las cosas han cambiado, y de que lo harán hasta acabar con todos los aspectos que configuraban la realidad de un pasado no muy lejano, a penas el ayer, ha sido la ausencia total en la calle del soniquete de los niños de San Ildefonso dándole al día ese inconfundible aire de jornada misteriosa y emocionante que mezcla la ilusión con las obligaciones diarias, con la virtud de no cambiar las cosas pero hacerlas más llevaderas, más compartidas, más humanas si se me permite. Antes, ayer como digo, este día de la lotería era celebrado por todos, tocara o no tocara; es más a todo el mundo le resultaba agradable ver las imágenes de esos pocos afortunados, pobres a ser posible, que salían emitiendo sus llantos y gemidos de alegría, la culminación de una ilusión, de la ilusión robada por los comerciantes de los esfuerzos ajenos, y el resto, los honrados no agraciados, se conformaba con comprobar que el premio había ido a parar a lugares y a seres humanos realmente necesitados. Además en todos sitios en los que uno paraba, o por los que pasaba esa mañana de camino al trabajo, se oía la voz de esos chavales repitiendo la misma cantidad una y otra vez, el sonido del enorme bombo en el que se encuentran todas la bolas, los locutores narrando los pormenores del sorteo, el camarero que se sabía cuales habían sido los números premiados hasta ese momento, los que faltaban por salir, los lugares afortunados, las anécdotas del día; todo se envolvía un poco de eso, que sin ser un consuelo ni de muchos ni de pocos ni de tontos no estaba mal y no era poco visto desde la actual panorámica, desde esta certeza de que cada cual va a lo suyo y ya nadie se fía de nadie. Hoy no, hoy, mientras pasaba por la plaza del Duque de Sevilla, y tras haber atravesado varias calles del casco antiguo, después de haber pasado por la puerta de varias cafeterías y de diversos comercios, incluso por delante de un mercado, el rumor, las conversaciones, las miradas, los gestos, la vida iba por otro lado, cada cual con su historia a cuestas, ausente del significado del evento pasado de moda, y lo único que se escuchaba eran las canciones que salían de los altavoces del Corte Inglés que lo poblaban todo de un aura de mediocridad comercial apta para lelos, para borregos compradores de lo que sea, de objetos inútiles envueltos en papel de regalo que carecerán de agradecimiento alguno por parte de los cavernícolas del otro lado del presente. Nadie rumoreaba nada, aunque fuera manido el comentario, lo de siempre, lo recurrente, lo del gordo y el reintegro y la pedrea y por ahí. Nada. Hoy todos íbamos a lo nuestro que bastante teníamos ya con eso. 

6 comentarios:

  1. Hasta la lotería se ha convertido en una rutina aburrida...
    Salu2, Clochard.

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    1. Es una pena, como tantos otros pequeños detalles que nos caracterizaban. Fuerza para aguantar el tirón.

      SALUD, Dyhego

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    1. Qué bueno ver a gente nueva por aquí. Sea usted bienvenida. Ánimo para convivir con estas cosas que tanto han cambiado.

      Saludos.

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  3. Tradicciones que nos dejan en esta vida de rutinas,prisas y algarabía un poquito de ilusión por ganar un dinerito que si bien no comprará la felicidad absoluta,si te tapará agujeros para que no caigas más.
    Un abrazo ilusionado!!

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