lunes, 29 de diciembre de 2014

Ir al cine




Uno de los placeres accesibles del presente/de la vida para cualquiera que goce de una mínima estabilidad, cosa de la que uno a veces no sabe su real importancia, es ir libremente al cine, ponerse cómodo en una butaca y dejarse llevar por la historia que nos va a ser contada con imágenes y con diálogos, con fotogramas, con colores y composiciones a base de objetos de la vida misma, de esta vida en la que estamos y en la que cada cual campea el temporal lo mejor que puede, de la que formamos parte y de la que tan contentos y hastiados al mismo tiempo acabamos encontrándonos. Viene así el cine a recordarnos la fertilidad de la realidad, la multitud de pormenores y acciones que llevamos a cabo tanto de manera espontánea como premeditada, las causas y consecuencias de cada pensamiento, las diferencias entre las diversas culturas y todo lo que las une bajo la tensión del fino hilo de la humanidad/sociedad. No siempre, por razones de agenda o de programación, se va al cine con la intención y la certeza de ver algo que se tiene muchas ganas de ver, sino que en ocasiones hay que comprar una entrada sin saber qué será lo que nos tiene guardado el inminente futuro de una proyección a cerca de la que ni siquiera hemos leído una reseña, con la posibilidad añadida de la agradable sorpresa que de otra manera no hubiera sido posible a no ser por lo fortuito del encuentro, por el no haber tenido otra cosa mejor que hacer. En el cine uno campa a sus anchas por el universo de las condolencias y las celebraciones, por situaciones límite y por múltiples atrocidades que ponen los pelos de punta y hacen ponerse en el pellejo de quienes no han tenido tanta suerte; en el cine uno visita ciudades, habla con sus amigos sin éstos estar presentes, aprende el cómo y el por qué de otras épocas, come palomitas y reza para que nadie se haya olvidado de silenciar su teléfono móvil; en el cine se puede escuchar buena música, puede uno emocionarse y dejar que las lágrimas empapen sus ojos. Me gusta asistir al cine durante las noches de invierno, al final de una jornada de descanso plagada de lecturas y de paseos, poniéndole así la guinda al pastel de la aventura. Cuando entro en un cine siempre me siento como a salvo, como refugiado de lo que sucede en el exterior, en el acalle, en el abismo de la velocidad con resultado incierto.

4 comentarios:

  1. Ir al cine es un verdadero placer. Algún día recuperaré el hábito de visitarlo.
    Salu2 cinematográficos, Clochard.

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    1. Espero que algún día disfrutes de tu retorno a ese fantástico cobijo.

      Salud, Dyhego.

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  2. Cuando yo era niña teníamos tres cines en mi pueblo y por la módica cantidad de 25 ptas podías ver una de romanos o de vaqueros e incluso recuerdo algún musical.Recuerdo la emoción del antes,durante y después.Mucha ha cambiado el cine desde entonces,incluso con el 3D pero,yo sigo sintiendo la misma emoción de cuando era niña.
    Un abrazo fantástico!!

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    1. Pues a ver si, cuando puedas, vuelves a disfrutar de esas maravillosas sensaciones, que te sentarán muy bien.

      Mil abrazos.

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