martes, 29 de septiembre de 2015

Clave de sol y sombra


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Hasta hace poco tuve el privilegio de vivir cerca de un conservatorio de música, cosa que me proporcionaba el beneplácito de disfrutar de los ensayos de unos alumnos a los que me imaginaba agarrados con tacto de seda a sus instrumentos, acariciándolos, mimando cada una de las teclas sobre las que se posaban las yemas de sus dedos. Salir en aquella casa a tender la ropa en la azotea era uno de los placeres accesibles de la vida que no costaban nada y que parecían caídos del cielo. Poner el oído, incluso en las peores sesiones, esas en las que se vislumbran los intentos del recién iniciado, del aprendiz que comienza a dar sus primeros pasos, era igualmente agradable porque en esos sonidos se intuía el preámbulo de una ilusión; más tarde, cuando salía a la calle, encontraba a dichos alumnos en la puerta del conservatorio, charlando, reunidos con sus instrumentos a cuestas, con esas fundas o cajas en las que parece que se encierra el misterio de las composiciones, el alma de las mismas, como a la espera de ser sorteadas por el viento. Se dice que la música amansa a las fieras, y en ese dicho aparentemente exagerado hay un matiz de atenuante, de parada, de alto en el camino, de silenciosa contemplación acompañada de las imágenes que el cerebro nos proyecta transportándonos por las sendas del recuerdo, de la nostalgia o de los planes futuros, de los sueños, de todo eso que se anhela y que se recrea en una especie de película que formamos con la ayuda del deseo. Hoy, que habito un lugar no muy lejano pero inaccesible al sonido de los compases del conservatorio, vuelvo a gozar del acompañamiento de una buena salud musical, en este caso de parte de unos vecinos que cada tarde hacen sonar unas cuantas melodías con las que a uno le resulta más fácil acometer cualquier tarea doméstica o inspirarse en una idea sobre la que escribir. A veces se escuchan unas piezas de soul y de blues tan sutiles que la voz que las envuelve le hace a uno pensar que es esa, la voz, el instrumento más difícil de tocar. Frecuentemente escucho a algún amigo o compañero decir que sin música no podría vivir, que necesita tenerla siempre puesta, en casa y en el coche, en los cascos con los que se sumergen en su mundo mientras caminan, incluso en sus puestos de trabajo si la situación se lo permite. Escuchar determinadas canciones puede ayudarnos a encontrar una salida en los días nublados o a hacer cima en el bienestar. Así, con este tipo de encuentros que el azar se va encargando de ponernos en bandeja, da gusto y no es nada complicado sentir gratitud por los detalles que salpimentan la vida, que la aderezan con las indispensables hierbas de esos guisos con cuyo vapor va uno presumiendo el adelanto del buen apetito.

4 comentarios:

  1. Cierto es que la mùsica amansa a las fieras y nos toca el ànimo. Tambièn lo es que esa casa te pinta una sonrisa en la cara cada vez que hablas de ella. Esa casa es para vivirla, Disfrùtala leyendo, escuchando mùsica, descansando o simplemente tomando un buen cafè.

    Beso. Reyes

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    1. Si, así es, Reyes; son tantas cosas bonitas las que se pueden hacer en esa casa que a veces me olvido hasta de tomar café.

      Besos

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  2. Respuestas
    1. La esencia se envasa en tarros pequeños, y lo bueno, si es breve, es dos veces bueno.

      Salud, Dyhego.

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