miércoles, 2 de septiembre de 2015

Y sin embargo


 Resultado de imagen de Hikaru cho

Al fin y al cabo uno hace lo que puede y no lo que quiere. Cuando llevamos más tiempo de la cuenta haciendo lo que realmente queremos parece como si saltasen las alarmas de una cierta sospecha para con nosotros mismos; comenzamos a sentirnos raros por falta de costumbre; algunas veces incluso, y es gracioso, es como si nos encontrásemos bajo el influjo de un cierto síndrome de Estocolmo en busca de nuestra comodidad en la dedicación con la que nos ganamos la vida, por ejemplo cuando llevamos unos días de vacaciones y empezamos a echar en falta el ajetreo de nuestro oficio, o por el contrario empezamos a sentir con reparo la proximidad de las obligaciones y ya no nos sentimos tan libres, tan a gusto por más que intentemos exprimir hasta el último minuto disponible. Una vez más la virtud se encuentra en el punto intermedio. Ahí Hemos llegado y ahí nos encontramos, y con ello hemos de conformarnos/inconformarnos y abrirnos el camino más propicio, un hueco dentro de lo accesible, una liberación para el alma en medio del galimatías y el enredo, todo ello en base a unas determinadas circunstancias, a lo que hay, a lo que nos ha tocado en suerte. Así nos las apañamos en occidente. Uno hace lo que puede y le dejan hacer, aquello que mejor se le da, eso con lo que puede expresarse, algo en lo que se encuentren reunidos algunos de los puntos cardinales que conjuguen el desarrollo de algunas de sus habilidades, para tratar de encontrar un resultado parecido a la realización con la que al menos dormir tranquilo con la seguridad de saber a dónde tendrá que ir cuando se levante. Uno, que alguna que otra cosa ha intentado en la vida, ha acabado, por ejemplo, siendo camarero, saco de boxeo, contemplador del interior de las almas, silencioso receptor de emociones, transmisor de mensajes en silencio, defensor del lenguaje de los gestos, cuenta cuentos y repartidor de felicidad. Bellow, otra vez Saul Bellow: " El espíritu sabe que su crecimiento es la finalidad principal de la existencia". Ya me hubiera gustado a mi ser músico, o pintor, o actor de teatro, o donante de libros en Cartagena de Indias, o arquitecto, periodista o escultor, o profesor de literatura con cátedra en francés y a ser posible con plaza en Soria. La ilusión no se come pero alimenta, decía García Márquez, y de sueños no es que se viva pero nunca anda uno a salvo de sus beneficios, como quien a falta de billetes de avión y de pasaporte desde el sofá viaja en el interior de una novela al fondo de los mares o a un país como sacado del mundo de Borges. A veces pienso que la vida es como una pintura de Hikaru Cho, como un cuadro en el que hay un más allá dentro de la más aparente normalidad, con el presentimiento de que hay muchas cosas muy cerca de nosotros que suponíamos inalcanzables y que en cambio y sin embargo podemos hacer.

2 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo contigo: no siempre se puede hacer lo que uno quiere. Para ello, hay que ser muy egoísta, o no tener escrúpulos, o ser muy belicoso.

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  2. Hay mucho por intentar dentro de lo que podemos.

    Salud, Dyhego.

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