domingo, 27 de septiembre de 2015

La paciencia


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La paciencia es un don demasiado poco desarrollado hoy en día, un valor en constante declive, demodé, falto de devotos, hecho para unos cuantos que creen en la constancia y en las virtudes del poco a poco y con buena letra. La paciencia se extingue, se escurre entre nuestras manos sin darnos cuenta; es como uno de esos trenes que pasan por delante de nuestras narices y no alcanzamos a ver, como el bosque tapado por la frondosidad del árbol. Ese don que tantos beneficios reporta deja de ser aparentemente útil a partir del momento en el que las ansias por llegar deprisa a no se sabe dónde aumentan, y con ello la devaluación de la meditación, del pararse a reflexionar, del detenerse a pensar las cosas. En ella, en la paciencia, se encuentran los resultados de largas esperas que, como esas pequeñas piezas de pastelería llamadas petit four, se van fraguando a fuego lento, con la animosa esperanza de la monotonía enriquecida por la buena voluntad. Las mayores obras, las obras maestras, no son solo el resultado de muchas horas de trabajo, bien es cierto que la genialidad es una parte importante en ellas pero ínfima si la comparamos con el esfuerzo necesario, con la perseverancia, con lo que realmente sostiene la hilvanado de ideas que componen el cuerpo de la creación. A diario nos suceden cosas que no aprobamos y que con un gesto de resignación interna soportamos con el estoico espíritu de los filósofos contemplativos, llegando a tolerar más de lo debido con tal de no distorsionar el ambiente para salirnos con la nuestra y a ser posible con premura. Es curioso ver cómo en esta sociedad de la transparencia nos vemos obligados, sometidos, a acatar mucho más de lo que creemos y nos gustaría, sin darnos cuenta, como obnubilados por el falso caramelo de una absurda recompensa. Decía Saul Bellow que para gobernar un país es preciso entretenerlo, y víctimas de ese entretenimiento nos vemos forzados a la imposición de la impaciencia, al vísteme deprisa que tengo prisa. El galimatías actual en el que se enfrasca la convivencia ha sido generado por una serie de procesos en serie armados hasta los dientes de una consentida desobediencia cívica que frecuentemente pasamos por alto: nadie se preocupa por nadie, encontrándose ahí el germen del todo lo quiero ya, ahora, de inmediato, en este preciso momento, lo antes posible, sin percatarnos de que puede que haya otros que tal vez están esperando algo parecido pero con una necesidad más acuciante que la nuestra. Estacionar el coche sin reparar en la linea divisoria de dos plazas de un aparcamiento porque estamos a punto de llegar tarde a la peluquería, dar un portazo sin tener en cuenta la hora ni el descanso de los vecinos porque no sabemos ir de otra forma por la vida, poblar el suelo de colillas y de papeles por no esforzarnos en ver a dónde hay una papelera, hacer rugir los motores a altas horas de la noche ignorando las señales  de tráfico por el mero gusto de ir de prisa, interrumpir conversaciones por no soportar esperar nuestro turno de palabra, querer ser siempre los primeros, no considerar la edad del señor o la señora que esperan en la cola del supermercado, en definitiva desprestigiar con nuestro continuado hábito de egoísmo todo aquello que hace posible la convivencia acaba por confundir los valores y por contagiar de cierta aura de imbecilidad los certeros ademanes de buena conducta que de vez en cuando hacen acto de presencia como si de residuos o reliquias se tratara. Confundimos la libertad de expresión con hacer lo que nos venga en gana sin reparar en  las consecuencias ni en la presencias de terceros que puedan verse afectados, y todo a causa de una velocidad sin control imprimida por la incongruencia de al mismo tiempo ser unos eternos aburridos. Las prisas por llegar a ningunas parte nos impiden darnos cuenta de la cantidad de veces que tenemos al cabo del día de ayudar a alguien, pero no lo hacemos porque uno de los mayores males no es ya no pensar en nadie, sino que además pensamos que nadie piensa en nosotros.

4 comentarios:

  1. Las prisas nunca fueron buenas consejeras y la paciencia es un vaso llenándose de estupideces,inquietudes y echarse de menos.Es una virtud de la cual escaseo...
    Un abrazo impaciente!!

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  2. A veces hay que tener paciencia a la fuerza.

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    1. Lo importante de eso es sacarle sentido a la espera, saber que forma parte del aprendizaje.

      Salud, Dyhego.

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