miércoles, 9 de diciembre de 2015

Cordón umbilical


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Escribir es ordenar el pensamiento. Cada vez que uno escribe se sitúa en la frontera entre la realidad más palpable y evidente y el mundo que anhela y que se encuentra en sus ideas, en sus reflexiones, en lo que le gustaría que fuese y en su punto de vista, a través del cual moldea la figura de la contemplación poniendo todo el mimo y cuidado necesarios para no deformarla, para hacerla participe del presente pero sin pasarse de matices oníricos que lleguen a confundir la elaboración de las conjeturas con suficiente base interpretativa sobre las que se asienta la percepción de cuanto se vive. Una de las cosas más difíciles de ordenar es el cúmulo de apuntes que se tienen escritos en un cuaderno una vez que uno se dispone a organizar, de una vez por todas, eso que tanto tiempo hace que le anda rondando en la cabeza en forma de ensayo, o de relato, o de cuento, o de novela. La cuestión es por dónde empezar, en qué paraje o calle o ciudad, en qué rincón o habitación o pasillo, la cuestión es dónde y en boca de quién, después de tener claro, que no es poco, lo que se quiere decir, lo que se quiere transmitir: la moraleja, el mensaje, la vivencia con fuerza suficiente como para conmover, como para mínimo mantener la atención del lector de la misma manera que se mantuvo la tensión creativa. Me acuerdo de Miguel Delibes y de sus tres intentos antes de dar con la clave definitiva que le llevó a escribir Cinco horas con Mario en forma del monólogo interior de una mujer junto al velatorio de su marido; me acuerdo de eso que dice Muñoz Molina cuando afirma que él no tiene un personaje hasta que no tiene su nombre; me acuerdo de esas decenas de folios llenos de posibles nombres para personajes que se le encontraron a Arthur Miller en un cajón de su escritorio, y me acuerdo de las veces que me he despertado con esa inigualable sensación de romper a escribir, que es como a mi me gusta decir que se tienen muchas ganas de ponerse manos a la obra. La pulsión creativa va en relación con el estado de ánimo, y de ésto último depende que la trama, aunque solo se trate de escribir una entrada en este blog, se bifurque o quede enquistada en un unánime razonamiento en torno al que gire un todo diminuto y global al mismo tiempo, como uno de esos dichos sobre los que se sustenta parte de la sabiduría del pueblo, esa sabiduría que saca tanto provecho de tan poco y cuyas expresiones resumen muy a las claras la autarquía comunicativa y tremendamente eficaz del lenguaje que utilizan las gentes sencillas y sinceras. Ser sincero, por cierto, es cada día más difícil, y si hablamos de literatura todo es cuestión de impostura, de la sana impostura de la fabulación que se encargue de desarrollar los acontecimientos necesarios para que el argumento goce de los parámetros de autosuficiencia deseables con los que abrirle las ventanas a la vida sin que sea menester ofender a nadie, porque, en el fondo, de lo que se trata es de describir, de representar, de transmitir sensaciones que tengan que ver con la intuición y con los valores con los que uno hace lo posible por continuar en la brecha, en el cordón umbilical que une la imaginación con la vida.

2 comentarios:

  1. Cuando yo era estudiante de instituto, e incluso de universidad, se hablaba de "fondo" y "forma". No sé si todavía se utilizarán estos términos. Creo que todavía se les puede sacar partido a esa teoria a la hora de explicar que una historia tendrá más posibilidades de "triunfar" si se cuenta de la forma adecuada. Por supuesto no hay reglas. Nunca las hay. Siguiendo el ejemplo de "5 horas con Mario", ¿sería una novela tan redonda si Delibes se hubiese decantado por un relato convencional, con su narrador omnisciente y todo? ¿O con más personajes? Siempre se puede decir que un buen escritor es capaz de utilizar la más insulsa de las historias para un novelón, pero ¿y si escoge una "forma" que chirría?
    Gracias por tus reflexiones, monsieur le Clochard.

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    1. Creo que es todo tan relativo, tan dependiente de las circunstancias y del mundo interior del autor, de qué sé yo, que cualquier forma y cualquier fondo pueden ser válidos; la cuestión es acertar con el más difícil de los personajes, el que narra y escribe, el que piensa y vive y se imagina y cuenta, ese que está ahí y no se ve pero con el que hay que contar para todo.

      Salud, Dyhego.

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