jueves, 22 de septiembre de 2016

Casi un objeto



Cambio de sitio las cosas de mi apartamento y el mismo lugar parece otro; es como si los objetos me incitaran a que los moviera de esas poses en las que quedaron como a la espera de la contemplación de la llegada de buenas nuevas, como talismanes a los que agradecerles su confianza por no haber abandonado en el intento de seguir guiándonos por las vías de esa silenciosa intuición que a los eternos optimistas alumnos de Benedetti nos puebla la conciencia de hermosos y sencillos augurios de paz y libertad, de tiempo libre para leer y escribir y disfrutar del perfecto desorden en el que hemos acabando doctorándonos. Hay objetos que se han propuesto que la dinámica de nuestras vidas forme también parte de las suyas, y por más que pasen los años se resisten a desaparecer, interviniendo en cada mudanza, volviendo a introducirse en una maleta cada vez que nos decidimos a hacer un viaje, necesitando que además de eventualmente quitarles el polvo les prestemos además la merecida atención de huéspedes de lujo, de infatigables compañeros, de formas en cuyo fondo se guardan las ocasiones que nos han visto reír y llorar y clavar la mirada en el techo, y llamar por teléfono a deshoras, y decir perdón o te quiero o lo siento mucho. Que las cosas viven es algo en lo que he mantenido siempre una de las pocas firmes creencias de mi vida, como si un mecanismo espiritual basado en la materia me indujera a disculparme cada vez que algún cachivache, de los que ocupan mi escritorio o una de las repisas de mi biblioteca, cae al suelo por descuido. No hay que ser ningún lumbreras para percibir cierta sensibilidad y sensualidad existencial en el tacto de los enseres que nos acompañan, en los distintos mensajes que nos transmiten en función de dónde los coloquemos, en los recuerdos de espinosas y felices andanzas tatuados sobre una tela, un papel, una chapa o una madera, llegando a inclinarse éstos incluso por alguna que otra preferencia espacial, mirándonos de reojo, diciéndonos algo que queda escrito en el aire que corre entre ellos y nosotros como en un cifrado lenguaje de silencio y convivencia en el que todos los secretos se resumen en el completo conocimiento de todo cuanto uno sabe y piensa y sueña y lee y escribe y calla e imagina. Hay huecos y recovecos en los que alguno de nuestros objetos quedó enquistado como para siempre hasta que un día los mudamos sin saber ni cómo ni por qué, y cuando al cabo de unos meses nos dimos cuenta de que algo no nos cuadraba reparamos en el sentido de la orientación de las cosas hacia unos lugares y no a otros, estimando oportuno un leve giro, otra perspectiva, un ángulo de visión desde el que ejercieran mejor su papel de equilibrio escénico. Cuando uno despierta después de una noche en la que ha descansado bien, en medio de esos albores aún oscuros que van mutándose en claros cada vez más evidentes en los reflejos que desde el patio entran en la habitación procedentes del amanecer recién estrenado con el que se bautiza la vida que cabe en un nuevo día, puede uno sentir la llamada, los buenos días, la bienvenida al hogar del que se exilió durante el trance de los sueños, de la mano de las cosas que le rodean, generándose el preludio de una interacción cooperativa que dará sus primeros pasos a partir del momento en el que se empieza a disfrutar del aroma a café recién hecho de las mañanas hogareñas y felices dentro de un hueco reservado para nuestra libertad. A veces me confundo con uno de estos compañeros de trayecto y me convierto casi en un objeto de carne y hueso que les concediera el deseo de ponerles en el lugar que les corresponde dedicándole el cuidado que se merecen, conociéndolos más a fondo, haciéndome suyos.

2 comentarios:

  1. No hay nada como buscar algo en la casa para encontrarte con otras cosas... que habías olvidado ya. Da gusto, pena, alegría, nostalgia, añoranza, vergüenza...
    A mí me da auténtico horror tener que mudar las cosas de sitio. Si de mí dependiera, todo estaría en el mismo lugar siglos y siglos.

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    1. Cambiar las cosas de sitio me parece un sano ejercicio para ver la vida que éstas llevan dentro.

      Salud, Dyhego.

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