martes, 20 de septiembre de 2016

De no haber sido por



Puede que por un exceso de pudor me cueste trabajo escribir sobre mi oficio, o por tener otras aficiones que me acaban salvando de la neurosis en la que no es difícil aterrizar si no se le ponen frenos a la continua búsqueda de alternativas para hacer lo mismo sin salir del cerrado círculo cuyos límites lo aislan a uno del presente transformándole en un hombre con aspecto de marciano, llegando a casa a las tantas y con ganas de nada después de haberse devanado los sesos tratando lo imposible por la misma imposición del desgaste que se ha ido encargando de mermar las energías y la imaginación, el cuerpo y la mente, los molinos de viento y la acera de la calle en la que uno vive. Todas las profesiones que tienen que ver con la creatividad, tarde o temprano, le andan a uno esperando con una factura que puede algunas veces ser la de la insatisfacción, otras la de la envidia en forma de zancadilla propinada por los acomodados en un endémico complejo de inferioridad que asola esta España nuestra y la va sembrando de conversaciones en torno al tiempo, al fútbol o a la vida del vecino; en otras ocasiones la factura aparece en forma de desinterés por parte de un jefe que no se entera de que el jefe no es ni más ni menos que el cliente, y con su mutismo de piedra pomez desprecia la continuación de un buen trabajo por considerar una más de tus obligaciones la de sentir la pasión que él no siente; o sencillamente la factura del cansancio y de los agujeros negros en los que cuando quiere uno darse cuenta ha pasado mucho más tiempo del sucedido justo a su lado, en ese alrededor tan cercano que muchas veces se olvida debido al hermetismo en el que se ha estado encerrado dándole solamente importancia al trabajo como si no existiera otra cosa en la vida, curándose las ampollas del alma con bajadas al infierno con la esperanza de salvarse, descensos a los sótanos de la madrugada rociada con el caldo de cultivo de la bohemia, a los andenes del tranvía llamado deseo que se apodera de la voluntad de nuestro Mr Hide.
Algunos, cuando hablan de la salud y de la fortuna que supone pasar muchas horas trabajando en algo que a uno le gusta mucho, no tienen en cuenta que eso no tiene nada que ver con la vocación si no existe un componente integrador con el resto de la realidad más común, la del saludo y la humildad y la humanidad, la de la tienda y la barra de pan y la lata de sardinas y la tortilla de patatas, la del par de pantalones a los que hay que meterle los bajos, la de la canción más hermosa del mundo, la del aire que entra y sale de los pulmones oxigenando la sangre con el convencimiento de que no se es más ni menos que nadie, porque en la vocación no existe el trabajo sino la dedicación, el oficio de vivir de Césare Pavese, esa extensión de piezas bien ensambladas con la vida a la que enriquecen, sin condicionarla hasta el extremo de ese tipo de locura muy de moda entre quienes quieren que su restaurante se encuentre entre los elegidos de la guía gurú de turno. Entre el presente y la actualidad hay una distancia tan corta como la que pueda haber entre el tedio y la pasión, entre el bien y el mal, entre la memoria y el olvido, una distancia que mide lo que mide una infinitesimal parte de la decisión definitiva a dar un paso y no otro, y se confunde tan fácilmente como una silueta en la penumbra del patio de butacas de un cine con sesión empezada. De no haber sido por la literatura yo no hubiera sido capaz de adquirir temporalmente la habilidad de no acordarme de mi oficio en época de vacaciones o en tiempos de crisis personal, y gracias a ella he sentido siempre la llamada de nuevos retos y caminos que recorrer, tal vez influenciado por las aventuras de los personajes de las novelas, por los viajes que he realizado sin moverme del sofá o por la brillantez de las ideas de los escritores que le enseñan a uno algo más que palabras: las posibilidades de la riqueza de la vida y la fortuna de los placeres accesibles que en ésta podemos encontrar gastando a penas nada, tan solo siendo conscientes del caudal disponible gracias al esfuerzo que durante siglos han hecho millones de hombres para que hoy gocemos de un amplio abanico de ingredientes con los que aderezar el presente sin caer en la ratonera del Homo Faber que busca oro debajo de las piedras, a toda costa, caiga quien caiga, empecinado en vivir en su urna de cristal, en su torre de marfil, en su harén saturado de la incongruente filosofía del ombligo.

2 comentarios:

  1. Hablas de muchas cosas, Clochard.
    Cualquiera que sea la actividad a la que uno se dedique, aunque te satisfaga, acarrea también un desgaste físico y mental y todos necesitamos una válvula de escape para distraernos, para realizarnos, para explorar otras vías de satisfacción.
    Aunque a uno le guste su trabajo, es frecuente encontrarse con gente que fastidia, queriéndolo o no. A veces el ambiente no termina de ser el adecuado. A veces un exceso de burocracia o de formalismo atan la creatividad.
    Por otro lado, es bueno aprender a saborear las pequeñas cosas. Esto último me cuesta horrores por las prisas, las responsabilidades, etc.
    En fin, como la vida misma.
    Salu2.

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    1. Vivimos en un mundo que nos absorbe y nos consume, y hay que estar muy al tanto de nuestras escasas posibilidades de libertad para no caer en el error del miedo al vacio de un torrente desgastador y enfermizo.

      Salud, Dyhego, y deseos de libertad dentro de las posibilidaddes

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