martes, 6 de septiembre de 2016

La balada del silencio



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Dicen los jazzmen, al referirse a esas minúsculas pausas aparecidas durante la interpretación de un tema en las que el hueco del vacío sonoro acapara casi más atención que la combinación de todos los instrumentos juntos, que el silencio es la nota más difícil de tocar. Esa excelsa ausencia convertida en afonía latente, ese vértice de la coherencia que queda suspendido a la espera de un nuevo arranque al unísono, es tan necesario en nuestras vidas como en la música, para que el caos no acabe acaparando la extensión y la atención de nuestra degeneración como animales a los que de la misma manera que la inteligencia se nos presupone un principio de escucha activa con la que sentir el aviso de las alarmas y la imperiosidad de lo que aún no estando presente protagoniza el calzo sin el cual el edificio se vendría abajo. Con la elección de la música que uno escucha pasa algo parecido a lo que sucede con esa justa medida necesaria para sentirse acompañado estando sólo en la que consiste el polen de la flor de la soledad, porque con el silencio que se produce en nuestra mente llega a tenerse a veces la sensación de que durante los últimos minutos no ha sonado ni una nota a pesar de no haber cesado de sonar la música, cuando uno queda como colgado en una nube, en las musarañas de la divagación, en la profundidad del pensamiento que se desplaza al rebufo de una idea que ha sido capturada por la magia de los encuentros de la casualidad, cuando en el transcurso de una lectura lo leído se conecta con algunas de las reflexiones que intermitentemente le rondan a uno en la cabeza; eso parece ser orquestado por la armonía creada entre el razonamiento y lo que habiéndose empezado a escuchar se acaba oyendo o perdiendo en el desierto de la concentración del subconsciente, porque también está ejerciendo, aunque en un plano aparentemente inaudible, su función la música que suena mientras uno danza a sus anchas por los campos de las amapolas del solitario limbo de las conclusiones extraídas del párrafo que acaba de subrayar. Cuando uno se pone a leer o a escribir y deja que aleatoriamente vaya siendo poblada la atmósfera de melodías de corte clásico o barroco, con sus violines acariciando el aire del mismo modo que son mecidas las hojas en esos días de otoño en los que una brisa muy fina parece como que las acunara, o cuando limpia uno su apartamento y prefiere el monocorde latido del reloj suizo de Charly Waits, o cuando para relajarse después de una larga jornada de intensivo trabajo se decanta por los terciopelos del piano de Ludovico Einaudi, en todas estas situaciones llega un momento en el que el silencio protagoniza  la escena y perfecciona el acto de la escucha; es ese el instante en el que un cierto karma nos invade perpetrando una de las más bellas escenas del bienestar proclive a hacernos capaces de enlazar unas ideas con otras sin que tenga por qué existir en principio un claro hilo conductor que canalice toda esa arquitectura de introvertidos circunloquios. Luego se da uno cuenta de que ha pasado mucho más tiempo del que pensaba, de que se le ha echado la hora encima, e instintivamente se pregunta de qué materia está hecho ese tiempo sobrevolado por la liviana tranquilidad que tantas veces nos cuesta trabajo conseguir. Cuando uno repara en la importancia de la calma como piedra angular de la estabilidad creativa del día a día deja de tenerle miedo al silencio, porque en él está la pizca de sal con la que el guiso de todos los ruidos que nos acechan pone a cada ingrediente en su sitio.



4 comentarios:

  1. El silencio es necesario, mucho más necesario de lo que creemos los españoles.
    Salu2, Clochard.

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    1. El silencio es una pomada con la que la vida se hace más dulce.

      Salud, Dyhego

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  2. Lo cierto es que el silencio y yo,no nos llevamos bien.Un abrazo nota-ble,bla,blo,blu...!!

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    1. Bueno, sobre el silencio hay mucho escrito y más que queda por escribir.

      Mil abrazos, Amoristad.

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