lunes, 12 de septiembre de 2016

Recién pintado


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Decía Francisco Umbral que la mejor receta que él conocía para estar inspirado es haber descansado bien; para la inspiración literaria que cada día le llevaba a escribir dos artículos, uno para comer y otro para beber y para vivir incansablemente con las pupilas abiertas y los cinco sentidos puestos a disposición de ese presente que le gustaba más que la actualidad. Me acuerdo de Francisco Umbral cada día que me despierto temprano y echo a rodar por las avenidas de la libertad de mi hogar los movimientos de los placeres accesibles de la vida como el aroma a café con el que se perfuma el apartamento muy temprano por la mañana, a esa hora en la que el mundo parece recién pintado, cuando queda todo un día por delante y toda esa vida que cabe dentro de un día a la que se refería Juan Ramón Jiménez. El antídoto contra muchos de los males que acarrea la desidia se encuentra en dar el primer paso en pos de ver qué pasa, solo por curiosidad, a lo José Saramago. Disponer de un par de días libres es una magnífica recompensa cuya celebración puede ser aún mayor cuando uno goza de la fortuna de sentir la satisfacción del trabajo bien hecho, con el alma a pecho descubierto, respirando el aire de las calles, llenándose uno los pulmones con los primerizos aromas del rocío que despide la ciudad sin necesidad de mirar el reloj por miedo a llegar tarde a algún sitio. En Sevilla hay algo que alimenta la posibilidad de contemplar las cosas extrayendo de ellas nuevos matices cada vez que uno se atreve a mirarlas: su luz; Cómo no iba a nacer Velázquez aquí. Con esa luz y un poco de paciencia puede uno adentrarse en los vericuetos del tiempo sostenido, pausado, alargado por el sano hábito de madrugar un poco, e ir siendo testigo de los ruidos que van apareciendo a  medida que avanza la mañana, mimetizándose con ellos como tratando de no perderse ni un segundo de lo que pasa, no dejando pasar desapercibida ninguna idea, predisponiendo el cuerpo y la mente a una sesión de continuo aprendizaje bajo el velo protector de la lectura y de la escritura de una carta, buscando en la radio una emisora de música clásica con la que ponerle sal a las tostadas regadas con aceite, escuchando el aleteo de un pájaro al abrir una ventana, frotando una pastilla de jabón como quien acaricia la escurridiza figura de un pez que huele a aloe vera o a lavanda. Todos esos prolegómenos con los que se adereza el caldo de cultivo del estímulo por salir en busca de los descubrimientos que la calle nos ofrece son como el dulce comienzo de una melodía a la que acabará uniéndose una orquesta entera, la orquesta de la grandeza de la mezcla de todo lo que comenzó en el reto de la página en blanco de la existencia de un nuevo día. Aprovechar las horas sin ese urgente y moderno ímpetu de exprimir el tiempo en acciones estereotipadas, dejando que fluyan los quehaceres a medida que a uno se los va pidiendo el cuerpo, se parece mucho a estar dibujando una lámina que comenzó con un trazo salido de la mano al azar y que es continuado por la geometría a la que se acoplan los diferentes contornos que van naciendo de ese impulso inicial. Si nos mantuviésemos más alerta de la extensión de lo que hay detrás de cada uno de nuestros más espontáneos gestos nos sorprenderíamos de la capacidad creativa que atesoramos sin darnos cuenta; y en eso consiste mucho de lo bueno de aplicar la orientación de la horas libres para alcanzar un cierto grado de bienestar basado en parsimoniosamente romper los esquemas de una rutina que nos aglomera y nos condiciona sin atrevernos a intentar avanzar en otra dirección cuando estamos en mitad de un atasco, hacia el lado de la naturaleza de una tendencia instintiva pero muy poco cultivada que hay dentro de todos los hombres: la de encontrar unas referencias de espacio y tiempo en las que sentirse a gusto sacándole el máximo provecho a aquello de lo que se dispone para enfrentarse al universo del tiempo libre. El animal de costumbres que nos habita nos imposibilita demasiado a menudo ver el panorama desde otras perspectivas que andan a la espera, y posiblemente con el regalo debajo del brazo de enriquecernos sin gastar dinero y de hacernos más participes de la inmensidad del amanecer, del cuadro al óleo de cada aurora y de la exposición completa en la galería de arte de la convivencia con todo lo que nos rodea.

2 comentarios:

  1. Un paseo temprano es toda una gozada, sobre todo si no se tiene prisa.
    Salu2 mañaneros, Clochard.

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  2. Es una gozada, un lujo, uno de los placeres accesibles de la vida.

    Salud, Dyhego.

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