martes, 15 de noviembre de 2016

Viaje a ninguna parte


Resultado de imagen de la calle óleo

Con la vida por delante, con el reloj en el olvido, con lo puesto y predispuesto a la aventura de pasar gran parte del día fuera de mi casa, de la Zeca a la Meca, de la esquina en la que se pinta al óleo el otoño a la orilla del Río Grande del paseo de las Delicias, de las entrañas de un museo a la terraza de la calle San Fernando en la que saben cómo me gusta el café, en este martes de noviembre soleado en el que da gusto transitar ligero de equipaje por Sevilla, me decido a camuflarme de nuevo bajo el aspecto de estudiante y a deambular entre la gente que le va haciendo paso al tranvía en mitad de la Avenida de la Constitución, con esa apariencia que adquiere uno tratando de viajar al pasado pisando el suelo de un afortunado presente posibilitado de mantener los cinco sentidos alerta tratando de no perderme nada, con la mochila al hombro llevando conmigo Los placeres y los días de Marcel Proust y los Escritos de un comedor de opio inglés de Thomas de Quince, ambos recién adquiridos, ambos deseando ser abiertos y explorados, leídos, tocados, olidos incluso, con ese vicio que tienen los lectores de aproximarse al perfume de la palabra escrita para introducirse en lo narrado haciendo en primera instancia uso del olfato, del órgano de la memoria. Me cruzo con un grupo de mujeres y hombres más bien octogenarios que atraviesan la confluencia entre las calles Alemanes y García Vinuesa y al escuchar el murmullo de sus conversaciones, de las que rescato algún que otro comentario, me acuerdo de mi padre, un hombre de más de ochenta años que conoció España entera gracias a sus itinerantes desplazamientos para trabajar de feria en feria como camarero en aquellos tiempos en los que una de las aspiraciones de muchos de los jóvenes de sus edad era llegar a ser matadores de toros, con esa solvencia en la que nadan los sueños entre la valentía, el orgullo y la imaginación sobre un futuro que deje de tener pan duro en el cajón, con esas ansías por ganar dinero mostrando un valor inusitado, con esos resquemores grabados en la piel del sufrimiento de quienes nacieron en el treinta y seis, el año de la guerra incivil al que le sucedieron los de la total falta de recursos, los, como nos explicaban de pequeños, años del hambre. A las puertas del ayuntamiento hay un montón de jóvenes ciclistas guiados por alguien que les explica que la estatua ecuestre que se encuentra en mitad de esa plaza es la del rey Fernando III de Castilla, conquistador de la ciudad en 1248 y declarado santo por la Iglesia católica en 1671, y que su momia incorrupta puede ser vista un día al año en la catedral; más adelante comienza el repertorio de artistas callejeros que tanta admiración me despiertan: conjuntos de instrumentos de viento tocando pasodobles o versiones de bandas originales de películas; mimos y malabaristas vestidos de payasos como salidos de una novela de Heinrich Böll; caricaturistas raudos como el rayo que no cesa en sus habilidades de maestros en la instantánea del retrato satírico e irónico; el Mariachi de célebre barriga y voz de barítono que frecuentemente se pone en la fachada del Banco de España; la farándula con billete de ida, y nunca se sabe si de vuelta, a ninguna parte, como yo, que prefiero que se vaya encargando el cuerpo de llevarme en volandas hacia esos lugares a los que sólo se llega cuando uno se decide a perder el sentido del tiempo y a orientarse por el mágico instinto del azar, por las rosas del viento de los fotogramas del casco antiguo, por los senderos mas insospechados mediante los que atravesar el Barrio de Santa Cruz para desembocar en los Jardines de Murillo, fugitivo de las obligaciones de mi oficio, instalado en el reino de las voces, a lo mío, a mi bola de cristal esmerilado, a mi rollo de papel en el que escribir cuatro cosas con las que ir tirando en este nulle die sine línea como propósito para seguir viviendo la búsqueda de mi tiempo perdido.

4 comentarios:

  1. Se ve que has pasado una mañana muy entretenida. ¡Me gusta que te lo hayas pasado bien, Clochard!

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    1. Fue una de esas fructíferas mañanas cargadas del beneplácito de la literatura, una joya de este invierno.

      Salud, Dyhego

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  2. El contacto con la calle y sus gentes hace que uno se siente vivo,parte de un todo...
    Mil abrazos

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    1. Es una manera de formar parte del cuadro de la realidad, de inmiscuirse en el presente para conocerlo mejor, dejándose llevar.

      Mil abrazos....

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