domingo, 30 de julio de 2017

Ordeno y mando


Resultado de imagen de jerarquía

El mundo está loco. El sentido de la estética en el trabajo anda por los suelos. La rueda de la producción no cesa y esto se está convirtiendo en una merienda de lobos hambrientos atizados por las ansias de posicionarse a costa de lo que sea; pero cada vez queda menos sitio para todos, para tantos jefes, y consecuentemente sale mal parada la escala de valores. El organigrama actual de los planes de producción es un castillo en el aire, una bomba de relojería, un nec ocium sin más pies ni cabeza que los dictámenes de la ruleta rusa de lo efímero, un polvorín de insatisfacciones y de traumas, de perturbaciones y frustraciones para quienes quieren hacer bien lo que hacen e irse a dormir tranquilos. Cada vez con más insistencia se necesita de la presencia de mercenarios, de máquinas que no piensen, de sicarios laborales que arramplen con el ánimo y las intenciones de aquellos otros que sueñan con la libertad dentro de lo laboral. El cometido de cada cual se convierte en una esperanza de promoción, de ganar más dinero, y no en la creación de un entorno que favorezca la creatividad. El esfuerzo no se valora, lo que se valora es la forma de hallar el hueco por el que colarse a través del cual encontrar más comodidad a mejor precio. Los referentes actuales son aquellos que se han doctorado en lograr que la admiración se centre en lo superfluo y banal. Hablamos de proyectos y se nos llena la boca, pero ignoramos que la base de la pirámide de cualquier plan empresarial es la fuerza motriz tras la que deviene la cimentación, la solidez, el ímpetu y el respaldo necesarios para que el conjunto salga beneficiado no ya solo por los resultados sino por la satisfacción humana de lo realizado con coherencia y con amor, con gusto, con ganas, con la sencilla y simple idea de ser hormigas, pero hormigas felices. Se les acabó el cuento a las hormigas felices y hacendosas. Desatendemos el principio básico de que para hacer algo necesitamos de los demás y de su motivación. Se nos caen los anillos pensando que cogiendo una escoba devaluaremos nuestra posición, nuestro status. La primera vez que escuché esa palabra, status, me quedó tan claro su significado, estaba tan bien contextualizada, que de inmediato sentí una especie de rechazo viniendo a decirme que se trataba de un algo parecido a posar para la galería, algo que le resta autenticidad a esa dulce aspiración a ojalá llegar a ser lo que somos. Qué gracia, con la de sinvergüenzas que hay y la vergüenza que ejercen ante la más mínima posibilidad de tener que hacer uso de un trapo o una bayeta, de tener que ayudar a alguien que se encuentre por debajo en ese infiel reflejo de la dignidad representado por la odiosa jerarquía. La cadena de montaje de los equipos de trabajo está alcanzando tales grados de frialdad que da náuseas escuchar frecuentemente aquello de eso no es mi trabajo, eso no es mi problema, eso no es mi asunto, porque nos estamos especializando en mirar para otro lado dirigiendo cada vez con más insistencia la mirada hacia nuestro ombligo. Y luego el miedo, la inseguridad, la amenaza de perder el chusco. Y luego la falta de recursos dialécticos por parte de los directivos para no saber ampararse nada más que en la cuenta de resultados desinteresándose de todo lo que tenga que ver con la cultura, con la expresión, con la filosofía de verdad y no con esa serie de sospechosas estrategias que se encuentran en los manuales de coaching que le vienen como anillo al dedo a los tiempos que corren. Con lo que da de sí el trabajo, con la de posibilidades que tenemos de no convertirlo en una tortura, y lo bajo que hemos caído con el ordeno y mando. Qué pesadilla.


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