domingo, 25 de febrero de 2018

Diario de Febrero LX


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Ese algo metido en la bolsa que sirve de equipaje al viajero de las aceras sobre un radio determinado por el azar es un palo al que agarrarse, un fiel amigo de fatigas y de esperas a la desesperada, un ejemplar anfitrión de los retrasos de los vuelos, una recurrencia inesperada, un no andar uno solo, un monologado diálogo interno entre la voz de la conciencia y la del autor, un peso inerte, etéreo, consentido y consumido, acariciado, leído y vuelto a leer, subrayado y señalado por las muecas de los signos secretos del lector, en fin un libro. Un perfectamente desordenado escritorio por un lío de lápices y de notas tratando de entre ellas ponerse de acuerdo, un cuaderno con raquíticas anillas metafísicas, un anzuelo en cada uno de los versos que generosamente concede La Ciudad; un apunte, una descafeinada espera a los pies de un paso de cebra, un matiz no reflejado que formará luego parte de los juegos de la memoria, una caligrafía sostenida y desconchada sobre el impulso del deseo de escribir; una cartulina recortada, una escoba tratando de recoger la solidez de lo que el polvo se ha encargado de reunir en la definición de las pelusas, una avenida dentro del cuarto de baño, algún que otro atasco, inversiones en decidir esto o lo otro cuando no sabe uno por donde tirar, un ferrocarril con las sacudidas del estaño, con el tráfico de las tuberías, con las humedades del casco antiguo, con la colcha y el edredón como titulares indiscutibles, con la almohada en su sitio, con el radiador que viene pidiendo el cambio, a la espera de la oreja que se plancha y de la garganta que ronca; un timón escuchando las instrucciones de los sueños, en uno de esos sitios a los que tan difícil resulta acceder. El Funky es buena opción para introducirse en la enredadera del teclado, dejando atrás las correcciones, sin pensárselo dos veces, de una vez por todas, siguiendo las ondas emitidas por el charles de la voz interior. Acaba de sonar la campana de la iglesia de La Plaza. Lo bueno de escuchar música a bajo volumen mientras se escribe es que le permite a uno mantener contacto con el resto de sonidos que forman parte de la partitura clásica de la mañana. El día está nublado; se dice que lloverá en La Ciudad; la tarde anda a la espera de la contemplación de su luz. Voy a salir a dar una vuelta.



2 comentarios:

  1. Clochard:
    la música, cuando escribo, me distrae tanto que,al final, no estoy ni en una cosa ni en otra. Admiro a la gente que sabe hacer muchas cosas a la vez.
    Salu2.

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    Respuestas
    1. No se trata de hacer varias cosas a la vez, sino de dejarse llevar en lo que a uno más le gusta con el distraído acompañamiento de, por ejemplo, la música.

      Salud, Dyhego.

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