Llueve sobre La ciudad. Sería muy bonito decir que La Ciudad llueve, aportándole sujeto al acto de llover, como si alguien pudiera llover, como si algo lloviera cuando lo necesitara. El sonido del agua que emana de los canalones y de las hojas de las plantas del patio es el susurro alegre de la melancolía de un rato de otoño al que ya parecía que le habíamos perdido la pista. Lo que son las cosas, esta tarde me he citado con un académico en la puerta de la iglesia de Santa María la Blanca, y durante el breve momento de espera me he topado con tres o cuatro caras conocidas, rostros que uno examina al acecho del verso de la ojera o de la oreja tocada o del descuido, del tropezón y el improperio, de la mera forma de andar o acariciarse el cabello, del resquicio por el que se cuela la tilde del acento oportuno. Debe andar rondando por las cabezas de los teóricos de los Cinco Sentidos que hay que aproximarse más a lo convertido en lejanía habiendo normalmente sido muy cercano. Un día es un papel en blanco, y de nuestra destreza a la hora de escribir en él lo que somos depende lo que seamos.
lunes, 26 de febrero de 2018
Diario de Febrero LXII
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El día a día.Un abrazo,que la pago yo!!
ResponderEliminarOtro abrazo para ti, Amoristad.
EliminarMil...
Da mucho gusto escuchar llover.
ResponderEliminarEse tipo de música clásica de la lluvia, como la del agua al caer sobre las macetas, es una maravila.
EliminarSalud, Dyhego.