domingo, 17 de junio de 2018

Ni una palabra más


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Antony Bourdain era el Calvin Russell de la cocina, se las sabía todas; procuraba estar por encima de las circunstancias sin nunca serle indiferente la situación; era uno de esos trotamundos que han hecho de su vida una balsa para atravesar el ancho mar que separa el idealismo de la cruda realidad. Anthony Bourdain era consciente de lo que hay delante, detrás, y en el escenario de una cocina, en las intempestivas del mercado, en la revisión de los pedidos y en la grasa que gotea de un agujero mal arreglado, contemplando la esencia como prioridad, la  metafísica, el origen, la trastienda del vestuario en el que se comparten quemazones del alma, el clandestino hueco del pasillo de hotel en el que se echa un polvo con una camarera de pisos, el frasco de aspirinas al que se recurre cada mañana frente al espejo del lavabo, los gramos de cocaína desparramados por la extensión del descanso del guerrero, del mago de la sartén, del cuchillo y el delantal, de la puré, de las salamandras de Lucifer, de los fuegos y juegos del azar, del agobio, de la partida de ajedrez de cada servicio, del plato cuyo borde quema como un demonio, del barco pirata en el que se acaba convirtiendo un restaurante de elite; la lucha de poder a poder con las demandas, el milímetro cuadrado de espina que puede provocar un atragantamiento, la pizca de pulpa de limón que flota sobre el lago de un vermú, las dietas, las alergias, las intolerancias, las preferencias, y lo que de uno queda después de un concierto; muchas tablas y muchos pactos con el diablo; la historia de irás y no volverás, el convencimiento pleno de la estupidez humana, la propina de un día más de vida después de haberlas visto de todos los colores. Leí Confesiones de un chef de una forma muy alimenticia; la empatía con el chef Bourdain fue inmediata. Después tuve constancia del documental Rusia, no más vodka, como colofón a su andadura por el mundo en busca de las raíces de la cultura culinaria de muchos países; luego pasaron años sin interesarme por dónde andaba, solo con que estuviera vivo me bastaba, su halo en la órbita de la gastronomía se respetaba y con eso era suficiente, a uno le llegaba el influjo de la onda; era el referente que seguirá siendo, fue el primer hombre que con gusto literario se atrevió a contar las cosas como son dentro de un restaurante que da más de cien cubiertos por servicio a un alto nivel de exigencia. No me lo creía, cuando por eliminación supuse que de quién me estaban hablando era de Anthony Bourdain, no me lo creía. Bien, pues, como dejó escrito Césare Pavesse, Chef, ni una palabra más, Maestro ¡Siempre estarás presente!


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