jueves, 10 de mayo de 2012

Palos con gusto.







De sobra es conocido que pasamos, aproximadamente, un tercio de nuestras vidas durmiendo, otro tanto comprando, leyendo, comiendo, riendo, llorando y así sucesivamente una letanía de gerundios basados en la vida cotidiana, y el tercio restante, según los cálculos trabaja ja ja jando. Con razón dicen que existen mentiras, grandes mentiras y estadísticas. Y verbos feos también los jay.
En cierta manera palos con gusto no duelen. De hecho uno de los peligros que corremos, una vez que estamos enfrascados hasta las cejas de oficio, es no saber qué hacer cuando no estamos en activo, o desear no parar cuando todo va sobre ruedas, como queriendo que no se acabe la noche; cosa que no entendieron ni las mujeres que se quedaron por el camino, ni gran parte de la familia, ni los amigos, ni nadie.

Pero por mucho que nos guste y que se nos llene la boca de que nos encanta lo que hacemos, en ocasiones no tenemos más remedio que pecar con el pensamiento. Pongamos que en ese momento en el que, pasada la media noche hace ya un par de horas, se nos solicitan unos combinados; otra rondita que aquí se está muy a gusto y esta gente no querrá irse ; instantes en los que, mientras te encuentras en el office preparando los golpes, le comentas al compañero de turno: “esto en Francia no pasa” y te atraviesan la cabeza las páginas que ahora podrías estar leyendo, o la copita que bien podrías estar disfrutando en buena compañía, o la peli que te lleva esperando tantas semanas o la cantidad de cosas que no te dará tiempo a hacer en tu día libre, todo ello bien merecido y ganado.


 Pero esto es hostelería, ya se sabe, uno de los oficios dados a tener sentimiento de culpabilidad por cualquier tontería. Y lo de Francia es un decir muy habitual entre nosotros cuando nos referimos a la manera de entender la recepción de un determinado servicio en relación con otros factores encaminados a dignificar, c´est a dire a poner en igualdad de condiciones, en la medida de lo posible y sin pedir un imperio, nuestro gremio con respecto a cualquier otro. Sin llegar a la categoría de bocazas porque creo que es muy sencillo entenderlo y pidiendo que nadie pretenda sacar de contexto lo que trato de explicar; sencillamente aclarando que por razones estrictamente culturales se nos da muy bien ponernos en la piel de los demás pero a toro pasado, o solo cuando nos interesa; en esas típicas conversaciones con las que nos damos la razón como cuando hablamos del tiempo, y el que venga detrás que arreé, que me quiten lo baila´o y ande yo caliente ríase la gente.

No me gusta el verbo trabajar desde que tuve la suerte de asistir a un seminario impartido por Domenec Biosca. En realidad no se puede llamar así a lo que hacemos, se trata más bien de una forma de existir, un modus vivendi con el que exprimirle el zumo a las naranjas del presente; un muy particular beatus ille del esfuerzo en el que además del reparto de felicidad, del que los primeros beneficiados somos nosotros por el mero hecho de ejercerlo, son muchos más los ingredientes con los que se alimenta el profesional a base de experiencias, de inolvidables momentos y motivos para sentirse orgulloso; solo que a veces se siente uno solo y desamparado como un títere que pasa, en una misma actuación, del apabullante aplauso a la total indiferencia. Ya he dicho que palos con gusto no duelen, pero atinando al dar el golpe.

2 comentarios:

  1. Querido Clochard "y estamos tan agustito" y no nos acordamos del prójimo,si está cansado o cuantas horas lleva trabajando pero,lo cierto es que,a todos nos a pasado alguna vez.La culpa la tienen los profesionales como tú,que nos cuidais tan bien...Un abrazo fuerte!!

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    1. Querida Amoristad:

      La poca capacidad de ponernos en la piel de los demás, eso es lo malo, y no saber donde empieza y termina el buen uso de la libertad. Claro que los empresarios encantados; y es que esto es hostelería.

      Mil besos.

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