Resulta curioso ver como se transforma el ambiente interno de un restaurante cuando se avecina la visita de un crítico gastronómico o la de un, como a algunos les gusta ser llamados, periodista con ganas de informar y sin la creencia de tener la verdad absoluta en su mano; caso este último que admiro y agradezco teniendo en cuenta el hambre y la ignorancia que impera en el mundo, ya que tras ese matiz aparece una inmensa carga de humildad y de respeto el pan de los que se baten el cobre en este oficio. No digamos si a quien estamos esperando es a un inspector de sea la guía que sea. Parece que cunde el pánico. Le vamos a poner no sé qué. Que no se nos olvide no sé cuánto. Mira que lo estoy diciendo. Al final verás tú, y tanto va el cántaro a la fuente que al final… acabamos siendo la más distinta imagen de lo que realmente somos y por la que resultamos atractivos a una mayoría que se encarga de pagar las facturas, por ejemplo.
Suena el teléfono, al
otro lado del hilo se encuentra un compañero de fatigas que tiene el
detalle de anunciarte el acontecimiento que la pasada noche tuvo
lugar en su restaurante. Anota, Se trata de un hombre moreno, con
algunas canas, aspecto de unos cuarenta y tantos, dice llamarse Jorge
pero su nombre es Alfredo, lo comprobé en su tarjeta de crédito. Va
acompañado de un maletín de cuero marrón y luce gafas Ray ban
diseño f20 con aumento, zapatos de cocodrilo sin cordones, anillo de
casado, lunar en el pulgar de su mano izquierda, peluco Tagheuver
modelo Mónaco. No toma notas pero presta mucha atención, hace
preguntas sobre el entorno y la historia de la casa, le realiza dos
inspecciones, como mínimo, al cuarto de baño, una antes de ocupar
su lugar en la sala y otra en mitad del servicio o casi al final del
mismo. Tantea al jefe de sala a la hora de las recomendaciones y pone
a prueba al sumiller con lo del maridaje para acabar bebiendo lo que
tenía pensado.
Ni el mismísimo Artur
Conan Doyle hubiera puesto en boca de su mítico detective tanta
información de un plumazo. Cuelgas el auricular después de un
efusivo agradecimiento y piensas que ese señor ha elegido un buen
sitio para venir a cenar si se presenta por aquí. Efectivamente, el
siguiente ring ring es la voz de su reserva. Se lo comentas a la
tropa y la cagaste Burt Lancaster. Comienza a sentirse un velo de
intriga en la atmósfera. ¿Nos darán otra medalla? Tres le daría
yo a los clientes.
Se me pasan por la cabeza
África entera, todo el cono sur y las inhumanas intervenciones que
se están produciendo en oriente próximo, el paupérrimo índice de
alfabetización del planeta y el injusto reparto de la riqueza en los
bolsillos de unos pocos que se han encargado de llevarnos a donde
estamos. Luego me da pena de mi mismo por sentirme afectado por lo
que pueda o no pasar esta noche.
Querido Clochard:
ResponderEliminarSiempre te vas a sentir con cierto grado de responsabilidad,eso denota que tienes amor propio por lo que haces.Pero,pasa pronto por qué con los años te das cuenta que todo es una pantomima.Eres humano.
Un abrazo fuerte!!
Querida Amoristad:
ResponderEliminarTodo es una pantomima en la que caen y en la que se enredan los que se olvidan de lo verdaderamente importante, sin desdeñar el trabajo bien hecho. Es vergonzoso ver cómo son manipulados los sentimientos de los equipos de trabajo por algo tan material. Así nos va.
Mil besos.