El día ha amanecido magnífico, esplendoroso, con una luz que me recuerda buenos tiempos y alguna de aquellas etapas en las que parecía que todo fuese Jauja, que no había que detenerse a pensar demasiado sobre nada, en las que todo aparecía bastante claro y las fuerzas estaban casi sin ser estrenadas. Hoy ya no todo es Jauja, para mí, en el sentido de que las obligaciones impuestas por la propia vida, para poder comer y consecuentemente mantener los ojos abiertos, y la mínima autodisciplina a la que uno se ajusta para abarcar algo de lo que más le gusta, todo lo cual necesita de un relativo buen estado de forma para disfrutar al máximo de las sensaciones, hacen que, además de los pensamientos existencialistas de los que creo que nadie se libra, siempre y cuando se le dedique algún esfuerzo al contemplativo acto de ver las cosas lo más claras que a cada cual le sea posible, uno se detenga al menos un segundo y porqué no un minuto a admirar la naturaleza de las cosas como no lo hacía, en mi caso, cuando tenía dieciocho años y parecía que el pie no cesaba de acelerar.Tengamos en cuenta que el ser que firma estas lineas es la imagen
ideal de la perfecta vagancia reprimida cuyo sueño consiste en no hacer
absolutamente nada después de estar harto de darle su esfuerzo a una eterna insatisfecha prole de empresarios que mienten más que cagan.
Hoy, esta mañana, igualmente mientras amanecía he identificado la progresiva claridad de este albor, con la que la madrugada iba quedando atrás difuminando entre cobaltos y celestes el firmamento, con la de otro amanecer muy diferente al de los años del júbilo puro y duro, sin hielo ni agua que lo rebajase, de otro tiempo de extrema dificultad, con la de una ventana de un techo prestado en la que junto a mí yacía una guitarra y un cenicero con chustas de canutos formando una montaña, con la de un colchón en el que el tatuaje de los besos sin amor se confundía con los excesos de la ginebra y otras cosas, con la de un periodo de consciencia/inconsciencia en el que lo mejor que se podía hacer era continuar atravesando aquel túnel sin mirar atrás y no detenerse a lamentar nada, porque urgía salir de allí y sobrevivir. Esta mañana me he acordado, por culpa de una idéntica luz, de una misma tonalidad en los rayos del sol, de que casi sin haberme dado cuenta peino canas y paseo fotografiando desapercibidos sucesos, todos los cuales bien reunidos conforman una realista panorámica de la que casi no nos extraña nada, por desgracia; y por fortuna para mí conservo el hábito no sé ya si de la sorpresa pero si de quererme sorprender, y una de las cosas de las que extraigo mayor estupefacción es la de ver como a medida que trato de sensibilizarme con el entorno no paran de mostrárseme ejemplos de disfraces, de pieles de cebolla, máscaras, escondites y zulos en los que las almas se secuestran a sí mismas para no transparentarse por miedo a caer en la moderna insensatez de quedarse sin ases en la manga con los que poder seguir jugando al despiste.
Esta mañana, recapitulando, he hecho el inventario de las veces que a lo largo de mi vida me dio por estar deseando despertar para ver amanecer, y tras darme cuenta de que me encontraba en otra de esas fases que gustan de semejantes placeres, después de haberle sacudido el polvo a los rincones del alma y presentarme más que predispuesto para decir lo que pienso, me ha dado por caer en la tentación de entrar en el siempre conflictivo pensamiento interno de encontrarle solución a la enfermedad que sufre mi coraza cada vez que se resquebraja por culpa de sentirse débil ante el abuso de hipocresía, ante el toma y daca de tonterías que hay que aguantar a diario, por parte de todos como enredados en una madeja dialéctica confundida con lo que lo más brillante de la objetividad nos ofrece y que parece que preferimos convertir en sucedáneo, en desecho, en basura, estiércol, polvo, cuando de lo que se trata es del más preciado de los tesoros: el mismo transcurrir del tiempo en el que vivimos y de cuya percepción nos separa el telón de acero del materialismo despilfarrado en injusticias y barbaridades tales como querer ser cualquier otro menos nosotros mismos. Y antes de que echase humo mi cabeza he encendido un Samson, liado con la ambidiestra habilidad que no ha decaído a pesar de la ausencia de aliño, y con las volutas de sus nubecillas me ha dado por volver a refugiarme en el páramo de la nostalgia acercándolo a las posibilidades que la sencilla vida ofrece, tales como respirar y caminar con la sensación de que el espectáculo del mundo merece ser contemplado.
Clochard:
ResponderEliminar¡Qué pedazo de texto!
Salu2.
Dyhego:
EliminarMuchas gracias, pensé, por momentos, que me había pasado de bucólico pero las sensaciones son esas y no otras. Que siga la vida para poder contemplarla.
Salud.
Querido Clochard,es curioso como una luz,un sonido o un olor nos transporta a lugares,a tiempos vividos.Dejarse llevar es sano y nos lleva a conocernos mejor.Por otro lado,crea en tú mente estas entradas tan buenas de las cuales disfrutamos.Un fuerte abrazo!!
ResponderEliminar¡Larga vida!
Muchas gracias, Amoristad, por tu generosidad. Si no fuese por que uno le da rienda suelta a lo que ve en forma de escrito correría el riesgo de atrofiar el pensamiento y convertirse en un gilipollas. La observación y el recuerdo tienen un precio que hay que estar dispuesto a pagar y un fruto del que extraer lo mejor, para lo bueno y para lo malo.
EliminarMil abrazos.