El mimo de la calle Asunción sigue ahí, en su sitio, en el mismo sitio, junto a las oxidadas rejas de unos clausurados antiguos almacenes, como cada día, en dos turnos de no sé cuantas horas. Su mirada va dirigida a los pies de la gente que pasa cerca, al mosaico del embaldosado, al infinito del vistazo perdido, al espacio de un trozo de tierra encerrado en esos ojos más allá de los cuales se presiente un concentrado pensamiento recubierto de abundancia y de la paciente espera de algo que se adivina sosegado. El mimo siente y sufre, pero en silencio, en calma consigo mismo ejercitando la reflexión conectada con el directo del viandante camuflado con ropajes de precios insultantes; y no desespera ni distorsiona, no ríe si no es a los niños que se quedan embobados mirándole como a algo que hubiera sido sacado de un museo, del museo de la imaginación instalada en el pacifismo perpetuo de su serenidad de estatua de carne y hueso.
Su bombín de fieltro, con trazas de haber sido diseñado en una habitación de quién sabe qué calle de esta ciudad, en un hueco en el que además de descansar sus huesos de la escena callejera efectúan sus manos movimientos de rehabilitación para que sus entumecidos nudillos regresen al tacto del pomo y el jabón, en una buhardilla en la que yacen libros dedicados al cine y a la pintura sobre cuyas páginas cada noche trata de encontrar la pose con el nombre de mañana, encaja ajustándose a la cabeza como el compañero de fatigas que lo consiente todo; el frío y el calor, la primavera y el diluvio de sangre alborotada, el otoño caído y acurrucado en la nostalgia, la vida misma bajo la perspectiva de los atentos puntos de fuga del iris y la retina que no dejan escapar nada que tenga sustancia y sabor a comedia humana.
El leve contorno negro sobre sus ojos y la postiza palidez de su cara amordazan el llanto, no lo dejan escapar, lo distraen en una maniobra de tregua pactada para no ceder en la lucha de la recaudación de unas cuantas monedas con las que hacer música en los bolsillos. La filarmónica de los céntimos perdidos en el fondo de una caja de cartón no llega ni para una barra de pan que bien podrá ser sustituida por un trago, y llevan al recuerdo a posarse sobre aquellos tiempos en los que la escena era de tablas y con telón de fondo y claroscuros de guiones y muecas, de tamizados gestos de irritación y furia con los que el público se desgañitaba en las butacas y el camerino esperaba y era frecuente desearse mucha mierda. En el contraste entre sus zapatos y el resto de la indumentaria se percibe el savoir faire de quienes gustan de unos minutos para poner a tono el atuendo con el mensaje. Sus suelas hablan de kilómetros, de liebres y tortugas, de gatos y perros, de blancos y negros y de incandescentes binomios grabados en el alma de las venas, pero ante todo hablan de sabiduría, de entrega y desgaste, de pulsos y pulmones, de soles, de luces, de riqueza interior. La música corre a cargo de las arrugas de su frente, con las que ha sido creado el pentagrama que sirve de mapamundi a una partitura en la que son distribuidos los sostenidos y bemoles de las escalas del sigilo y la templanza bajo la batuta de los latidos de su corazón.
lunes, 29 de octubre de 2012
Sostenidos y bemoles.
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mmm no me molan los mimos. En mi despedida me vistieron de mimo, cabrones!!
ResponderEliminarPues menuda faena; eso fue porque te conocen y se dijeron esta es la nuestra, pero... y lo bien que os lo pasasteis, ehh?
EliminarSalud.
Querido Clochard,has conseguido traducir sus gestos en palabras.Cuanta sabiduría tiene esas personas que viven de la calle y que triste su caminar...Un abrazo fuerte!!
ResponderEliminarEstas personas forman parte de la parte de la calle en la que se contiene la particularidad de la vida que hay detrás de los ojos, de sus ojos; y si te propones mirar a través de ellos se puede ver lo que casi nadie ve. Me gustaría saber en qué piensan cuando se encuentran ahí.
EliminarMil abrazos.
Buen dibujo, Señor Clochard.
ResponderEliminarMe gusta especialmente la última frase, ese sigilo, ese corazón tan blanco.
(A mí los mimos me caen muy bien y los admiro mucho, son pautados, lentos, parsimoniosos...un ejemplo)
Besos y mar.
El mimo representa la viva imagen de la contemplación, del francotirador vistazo detrás de esa quietud implantada sobre unas cuantas baldosas. yo también los admiro, como a los vagabundos, como a los artistas del alma en definitiva.
EliminarBesos, prosas y versos.
Me quito el sombre de fieltro ante tu relato, Clochard.
ResponderEliminarSalu2 mímicos.
Muchas gracias, Dyhego, eres muy generoso; es un placer recorrer las calles en busca de nada para ir encontrándotelo todo.
EliminarSalud.