miércoles, 6 de febrero de 2013

Tiembla la tierra.





Tiembla la tierra en cualquier rincón del planeta mientras duermes, tan tranquilo y sollozantemente ingenuo y perezoso, y vives otras vidas en los sueños con los que esta noche te ha sido entregada la posibilidad de recrearte de nuevo en la calma bajo las mantas. Vibran, en otro sitio a mil leguas de distancia de donde tú estás, las ventanas y los resortes de las puertas, el mobiliario se balancea de un lado a otro acompañado por la pendular inercia de las lámparas, y tú en pleno sosiego, allá en tu cama sobre el reino de la paz que habita la madrugada de tu afortunado pueblo hasta el momento. Grita un vecino pidiendo auxilio, otros salen a la escalera en busca de respuesta o de condolencia, de conformidades que les demuestren que no están locos ni sumidos en ningún delirio. La realidad se apodera y da muestras de su constancia en la dinámica de las grietas que aparecen sobre los muros, dejando atrás cualquier esperanza de ficción. El sobresalto hace que todo el vecindario se ponga en guardia. Decenas de bloques de viviendas,  ciudades enteras y  la totalidad de un condado  están siendo testigos del tremolar en directo de la tierra bajo sus pies. Los cimientos de la misma vida se desvanecen y casi nadie tiene la seguridad de con qué quedarse, de qué coger para salir corriendo sin pensárselo dos veces.

Tirita de frió un niño en la acera, un anciano lo hace en el interior de un coche, otro se arropa con la bufanda y se sube el cuello de la pelliza hasta alcanzar la altura de sus ojos, dudando si siente más frío que miedo, o más miedo que frío o que angustia. Los más pequeños no cesan de preguntar, los mayores no encuentran con qué sacar de dudas a los más curiosos habitantes del planeta. Siempre había pasado esto en Haiti o en Lorca, en Mexico o en Tokio, en Sicilia, Nagano o Mahui, pero nunca aquí, por qué aquí y ahora. Nadie se lo explica, todo se sostiene por el misterio y la tendencia a pensar que en tan solo unos instantes volverá a zarandearse el pavimento y se derretirán las mínimas esperanzas que se habían puesto en la paz que nos venía acompañando el insospechado trecho de treinta minutos de dulzura entre tanta barbarie natural. El fin del mundo se debe parecer a esto, o esto a un castigo de los dioses, o es el mundo el que nos ajusta sus cuentas pendientes por el maltrato al que está siendo sometido con tanta experimentación bajo tierra, con tanta explotación mineral hasta las entrañas de esta bola voladora.

Nadie se lo explica, esto es un fenómeno, esto es lo nunca visto, que venga dios y lo vea, por todos los santos, qué será de nosotros, todo al garete. Vigas, puentes, túneles, terrazas, azoteas, fachadas, mármoles que ceden, hierros que se ablandan y retuercen, materiales de toda índole puestos a prueba de las inclemencias de lo brutal. En esto no dejan de pensar durante estos día los habitantes de la comarca jiennense de las Villas, sobresaltados por el pavor y el pánico de verse derrotados, de imaginarse liquidados, sacudidos más de mil veces por el furor de las raíces del globo, y aún no ha llegado lo peor, todavía lo podemos contar, dicen unos, otros no quieren ni pensar en lo que puede llegar a convertirse esta descomunal desgracia si sigue por los fueros por los que ahora transita sin descanso dando los primeros pasos tras los que nada se descarta. La ciencia se lo pregunta y pronto encuentra respuesta. Hace años que lo lleva advirtiendo: esto no puede seguir así, mirad que esos tíos de Greepeace no desvarían, que bien saben lo que se traen entre manos, pero ni caso, a esos chalados ni caso. La ciencia no gobierna ni se proclama poseedora de la verdad absoluta pero advierte y contrasta circunstancias, las ve venir desde muy lejos aunque nos guste dejarlo todo al recaudo del destino de la mano de las creencias que suponen supersticiones en toda regla. Ahora toca esperar a que estas personas no sufran lo que no hace tanto padecieron los vecinos de la comarca murciana de Lorca, esos de los que parece que nadie se acuerda, esos que se lo están comiendo solos, esos que escucharon un temblor y vieron desvencijarse el pasado como si una racha de viento hubiese sido suficiente. Ahora toca de nuevo prepararse para lo peor en caso de que llegue, ahora, con el alma en vilo mientras uno se pregunta si le interesará a alguien lo que pase.

6 comentarios:

  1. Clochard:
    Indudablemente le estamos haciendo mucho daño a la naturaleza y, por ende, a nosotros mismos. Todas las campañas de concienciación que se emprendan son pocas. No obstante hay que diferenciar dos asuntos. Por un lado las fuerzas de la naturaleza están ahí y son impredecibles (tú mismo, Clochard, lo apuntabas hace poco aludiendo a la famosa teoría de la mariposa que mueve sus alas etcétera). Un terremoto causa más daño ahora porque afecta a mayor número de personas. Por otro lado, las autoridades y la misma gente que se queja (que nos quejamos) actúan muchas veces de forma irresponsable. Las autoridades permitiendo construcciones sin garantías en lugares desaconsejados. Y la gente, construyendo casas en ramblas, cambiando alegremente los cursos de ríos y ramblas, etc.
    El Estado debería atender estos casos si no ¿para qué existe? A Lorca ha llegado mucho dinero pero la gente no lo ve. O van muy despacio los procedimientos. Y por último, hay "tragedias" más mediáticas que otras. El caso del Prestige fue muy sonado (y no por ello menos grave), el caso de Lorca fue algo menos sonado. El de Jaén, aún menos. Y en ese plan.
    Perdona si me enrollo.
    Salu2.

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    1. Dyhego:

      Todos somos, cada cual en su medida, responsables. Pero creo que puede más el negocio que la prevención, como ha sucedido con los créditos bancarios que tienen gran parte de culpa de que millones de personas se sientan pobres e indefensas, y finalmente entre unas y otras cosas esto se viene, poco a poco abajo y el barco se va viendo cada vez más lleno de agua. De los dineros de Lorca, si han llegado tantos como tú dices, me puedo imaginar lo que ocurre, más o menos lo de siempre, que como es lo de siempre pues ya no asusta a nadie, y esa costumbre, la ignorancia, puede que llegue a ser, si no lo es, uno de los mayores peligros.

      Salud.

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  2. Querido Clochard,tiene que ser terrible sentir que se mueve todo bajo tus pies y que no puedes hacer nada,salvo correr sin saber ni a donde.Somos tan poquita cosa en medio de la grandeza de la naturaleza,pareciera que nos da toques de atención.¡Oye,tú!Cuídame que yo te alimento,sacio tú sed,reconforto tú alma...Soy tú Madre Tierra y me estás matando poco a poco...Un abrazo firme!!

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    1. Eso debe pensar la tierra, querida Amoristad, viendo cómo la tratamos. Y por otro lado, con lo poca cosa y lo débiles que somos no me explico a satn de qué nos aferramos tanto a la discordia y la soberbia.

      Mil abrazos.

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    2. ¿Por la maldita inseguridad humana?...Un abrazo de esta poquita cosa!!

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    3. Por mucha incongruencia e irresponsabilidad, dentro de las cuales seguro que se encuentra la inseguridad que da pie a alcanzar el olimpo de la avaricia.

      Mil abrazos.

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