martes, 12 de febrero de 2013

Trabajos forzados.









Existe una tendencia generalizada, y respaldada por los sucesos que cada día copan más la actualidad de los diarios y nuestro ya casi natural aturdimiento, a pensar en la parte negativa del oficio de la política. Tanto es así que nadie parece sacar nada en claro de lo que pueda cocerse ahí dentro, de manera que la negrura de los acontecimientos y los trámites en los que se ve envuelto desde el último concejal o conserje de alcalde hasta los máximos dirigentes parecen no cesar de abochornarnos. A pesar de que cuando se habla de dinero a nadie le resulta complicado tirar por la borda un poco de la tan estimada dignidad con la que decir a boca llena que podemos ir por todos lados con la cabeza bien alta, el oficio de político está tan denostado que parece como si tan solo perteneciese al ámbito en el que nadan como peces en el agua los gansteres cuya imagen extraemos al instante del recuerdo de una película de cine negro, y a algunos les dé ya por pensarse eso de meterse a político porque huele mal todo lo que se toca en ese ámbito. Esta es la diferencia entre algunas profesiones, el olor. Hay oficios que huelen a barniz y a madera, a pintura o a cosméticos, a vino, a tierra y abono, a esencias de artesanía y efluvios que denotan un ganarse la vida honestamente; en cambio hay otros que huelen a estiércol pero no del que se utiliza para alimentar los cultivos sino a materia orgánica en descomposición procedente de la putrefacción de los escrúpulos.

 De la misma manera que nos quejamos con frecuencia de los aspectos negativos de nuestro oficio, sea éste el que sea, resaltando en muy contadas ocasiones lo bueno que en él se pueda encontrar, solemos enfatizar las virtudes de la profesión de cualquiera de nuestros amigos, debido creo yo a la curiosidad que nos mueve la parte interesante que en sus tareas observamos porque en algún momento nos gustaría a nosotros estar haciendo eso, pero en esos momentos no pensamos que igualmente acabaríamos aburridos si de la eventualidad pasáramos a una constante obligación de la que no sacar nada atractivo. Siempre he pensado que mantenerse durante mucho tiempo haciendo lo mismo y no teniendo demasiadas posibilidades de cambiar, debido a la configuración del sistema, es una de las principales causas de la abnegación y cansancio con el que se muestra la ciudadanía harta de convivir con muchas frustraciones una vez que ha pasado el consuelo de los primeros años de romanticismo laboral. El momento más difícil de superar ante el que se encuentra un ser humano con sensibilidad es el del preciso instante en el que se da cuenta del circo de producción y consumo en el que ha sido incluido sin previo aviso y del que no podrá salir a no ser que se decida a tomar el camino de una vida alternativa que le proporcionará más de un desencuentro e incomprensión. Cambiar de oficio tendría que ser frecuente dando así pie a una polivalencia social, a un saber que existe algo diferente esperándonos sin correr el riesgo de caer en la tortura laboral de acudir a una obligación con nulo interés y a la que solo nos acercamos porque a cambio recibiremos una irrisoria cantidad de dinero. Nadie se sentiría martirizado por la rutina y por ese amargor de saber lo que le espera sin tentar siquiera un poco a la emoción del futuro próximo. Alimentamos la desidia sin quererlo porque nos vemos presos de una cadena de montaje en la que el ritmo cada vez es más frenético y nosotros nos vemos cada vez disponemos de menos fuerzas para soportarlo.

Se reparamos en la historia de los dos últimos siglos, y sobre todo en los periodos que abarcan desde la revolución industrial hasta nuestros días, haciendo uso de un poco del sentido común del que disponemos nos daríamos cuenta que no es necesario deducir, con la parsimonia con la que Shelock Holmes se entregaba a sus divagaciones que en principio parecían no tener fundamento alguno, cuáles son los orígenes de que hayamos acabados desquiciados y desalojados de buena parte de los sentimientos con los que vinimos a este mundo. Si nos paramos a pensar existe un matiz de insulto en el hecho de la existencia del dinero, y más aún en el acto de pagar, de que a base de dinero se remuneren los esfuerzos. Es tan transparentemente separatista el concepto, tan provocador de desigualdades, tan ajeno al razonamiento que nos pudiera llevar a pensar con certeza que el hombre es bueno por naturaleza, que no cabe duda que hacemos aguas desde que los hombres que daban sus lecciones al aire libre, allá por la Grecia clásica, esa que nos viene a la cabeza con el Partenon y el templo de Apolo, fuero abandonando su presencia entre nosotros. Me asalta la curiosidad de haber podido vivir los años en los que la transformación que dio pie a que las cosas empezasen a hacerse de otra manera tuvo lugar.

Por eso son un tesoro aquellos oficios en los que la creatividad tiene algo que ver con lo que se trata de resolver en cada paso que se da para llevar a cabo la profesión, en cada gesto o detalle con los que se agranden las miras de la originalidad. Resultan como una medicina para poder vivir en este circo absurdo lo más felizmente posible, al menos teniendo el incentivo de que aun no dejando de ser una máquina uno tiene motivos para identificar el significado de la existencia en hechos que trascienden a lo insultantemente carente de valores reflexivos ni de propósito de enmienda. Sueño con algún día dedicarme a algo que tenga que ver con el continuo intento de hacer cosas nuevas, sin caer en lo estrambótico, con las que el trabajo de la mente se encuentre incentivado por una especie de seguridad en la que el progreso y la consolidación del mismo vayan de la mano, como en un continuo aprendizaje y al mismo tiempo un repaso de lo ya aprendido pero dotándolo de una mayor envergadura a base de pequeños pasos. Yo envidio la vida que les presupongo a los periodistas, tal vez por mi desconocimiento de la problemática que pueda ser encontrada y de las dificultades para sentirse realizados, así como la de los escritores, de la que tampoco dispongo de la menor idea, pero el mero hecho de pensarlo me sienta bien, la acción infantil de querer imitarlos, la necesidad de inventarme un trozo diferente de mi mismo me abre las puertas al presentimiento de poder dejar de estar equivocado si hago lo posible por desprenderme de esta inconsciente conspiración contra el desarrollo en la que ha devenido lo que se entiende por justamente lo contrario: la sociedad del bienestar en la que todo tiene un razonamiento de negocio y falsifica la razón pura de la puesta en práctica de la inteligencia al servicio del hombre.

Bien mirado el trabajo es un obsceno mecanismo de  sumisión, un esfuerzo realizado a cambio de dinero. Una vez me dijo Santi Santamaría que a él el trabajo le parecía absurdo, que no tenía sentido; y esto dicho por uno de los empresarios con mayor éxito y fama internacional en lo que a la restauración de élite se refería en aquel momento a mí me dejo helado. Supuso una gran lección. Poco después, pensándolo mejor pude entender todo lo que había de absurdo en esto que ha derivado en llamarse trabajo. Una de las cosas que mas me molestan es sentir que me dirijo a mi lugar de trabajo con la certidumbre de que lo que estoy haciendo no contribuye en absoluto al desarrollo de nada, solo al lanzamiento de la imagen de una serpiente devoradora de flashes fotográficos que ni siquiera tiene la dignidad de remangarse para meterse en faena con el resto de su equipo, y a mi me permite tener algo de comida en la nevera y la sensación de haber sido programado para algo con lo que no estoy de acuerdo, de que no puedo quedarme en la cama leyendo, u ordenando el apartamento o haciendo la compra que hace días dejé atrasada, porque para poder hacer eso primero me he de someter a los trabajos forzados que hoy se me han impuesto como mandamientos de este enjambre en el que la abeja reina dicta sus órdenes desde el interior de una colmena en la que los zánganos humillan la condición del resto de la especie.

6 comentarios:

  1. Visto así parece tremendo.Pero yo creo que la satisfacción del trabajo bien hecho,tiene que ser tú mayor recompensa,aunque siempre hay daños colaterales,como que:"unos carden la lana y otros se lleven la fama".Peor para ellos.El trabajo es una transacción económica y solo te tiene que unir eso con el jefe.A veces es muy ingrato pero,nos da de comer y paga las facturas .Lo bueno es que solo es una parte de nuestra vida...Un abrazo de manzana!!

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    1. Aquí quien pone la racionalidad funcional es Amoristad, y de qué clara manera. Si, estoy de acuerdo con tu habitual sentido común; yo le he sacado punta al lápiz para sacudirle los piojos a la parte de incongruencia que pueda haber en todo esto, pero para no morir de hambre hay que hacerte caso; por eso la manzana me ha sentado fenomenal.

      Mil abrazos.

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  2. Clochard:
    Apuntas una idea muy interesante: la del cambio de trabajo. Pero, como pasa siempre, las ideas más sensatas son las más difíciles de llevar a la práctica.
    Dependemos tanto de un trabajo y es tan complicada la movilidad laboral que, en la práctica, o renuncias a todo o se aguanta uno.
    Siempre cabe la posibilidad de buscarse "trabajos", tareas, pasatiempos, lo que sea con tal de desconectar o de plantearse nuevos retos.
    El peligro de aborregamiento está ahí y, a veces, todos sucumbimos a la comodidad.
    En clase suelo preguntarles a los alumnos sobre sus aficiones... y muchas veces te sorprenden (la mayoría de las veces no).
    Cuando me entero de la habilidad de algún alumno me gusta ponerlo de manifiesto. Hace poco fue Santo Tomás y es un día inmejorable para conocer otros aspectos de los alumnos. Mientras los zagales cocinaban las migas en el patio, otros se pusieron espontáneamente a cantar y tocar la guitarra. Uno de mis alumnos se llevó una pandereta y sabía llevar el ritmo tan bien, que en la siguiente clase, se lo dije.
    Por el contrario, también resulta deprimente que, tras hacer una ronda de preguntas sobre pasatiempos, una gran mayoría no hace nada más que ver la tele.
    A veces es la falta de medios y a veces es la falta de tiempo (volviendo a una de tus últimas entradas) la que nos impide hacer otras cosas.
    Salu2 y mil perdones por el alargamiento del comentario.

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    1. Dyhego:

      Parece que las ideas más sensatas son utopías. Lo malo de los retos es que se encuentran enfrascados de negocio, lo mires por donde lo mires, en el actual terreno laboral. Todo va calando en los jóvenes y en sus aspiraciones, hábitos y maneras de entender la realidad. Es bueno decirle a las personas que hacen bien algo, y sobre todo a los chavales que corren el peligro de encontrar en la tele a su mejor aliado, desfigurando así sus conceptos. El tiempo es uno de los bienes más preciosos de los que disponemos, sin duda. Y no te disculpes porque tus comentarios enriquecen este blog magnificamente.

      Salud.

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  3. Una pregunta de curiosidad malsana, Clochard.
    ¿Qué franja horaria has elegido en la configuración de tu blog? Hay un desfase de 5 horas... ¡En pleno Atlántico, jajaja!
    Salu2 curiosones.

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    1. Es que lo de Macondo me lo he tomado muy en serio. Se trata de una de esas cosas de las que te das cuenta un montón de veces y al final no cambias, en fin un perfecto desorden al que uno tiene derecho... y va muy bien para jugar al despiste, ahora que lo pienso.

      Salud.

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