sábado, 9 de febrero de 2013

Tiempo.









Miramos el tiempo en los relojes y en las arrugas, colgado de nuestras muñecas, en los furtivos ojos de los pelucos, en las promesas de las que nos sentimos desahuciados, en las paradas del metro y en los calendarios, en las estaciones del invierno, en la caducidad de los otoños, en el polen de las primaveras y en el sofocante calor de los veranos; en el crecimiento de los niños y en los brochazos de las canas, en las veces que nos acordamos de algo o echamos de menos la osadía de las aventuras pasadas, en los añorados hábitos que tan felices nos hicieron y en la persecución de los objetivos que nunca nos marcamos. El tiempo nos hace prisioneros, hijos de los motivos medidos con una cantidad fija para los siglos, para los años y los meses, para las semanas y los días, para las horas y los segundos, y aún diría más: para la infinitesimal cantidad de lapso existente entre la nada y la eternidad.

Encerrados en el tiempo transcurren el pensamiento del preso y la angustia del enfermo, la incertidumbre del sorteo y la inspiración de la mala aprendida lección del alumno, la convalecencia del herido y el infarto al que le ha salvado el último aliento que quedaba en la memoria de los pulmones. Por el tiempo corren las generaciones, las desdichas, los conflictos, los recuerdos y los olvidos, las conmemoraciones y los argumentos con los que evocar la magnificencia de un suceso. Todos esperamos algo del tiempo hasta que descubrimos que el tiempo no existe, que se trata de una estafa, que el tiempo no pasa sino que somos nosotros a cuestas de eso a lo que le hemos fabricado un recipiente a medida para ir tomándolo a base de píldoras tras cuyo abuso fenecemos con cara de inocentes, envenenados por nosotros mismos, por la oxidación del aire que respiramos, por la consumición de la vela de cera que llevamos dentro.

No tengo tiempo, cuánto tiempo libre, qué mal tiempo, hace mucho tiempo, todo gira en torno a él como si se tratase del epicentro de la existencia, como si fuera la piedra angular que le da sentido al movimiento de los astros que nos acompañan en el universo, como si nos saciásemos cada vez que decimos su nombre y no tuviésemos bastante con desperdiciarlo, utilizándolo con desdén e ignorancia sin valorar los quilates de su oro, la fortaleza de sus diamantes, la sinceridad de su sosiego. ¡Ahí si el tiempo hablara y nos dijese lo poco que le gusta lo que hacemos con él, y nos dijera lo que piensa, y evaluara nuestros actos por lo tirado por tierra que lo tenemos cuando arrojamos la toalla! ¡Ahí si viniera a visitarnos y nos diera testimonio de lo mal que lo empleamos, de lo poco que lo perfumamos cuando nos cae por la ventana, de lo poco tranquilo que lo dejamos cuando los propósitos son mezquinos y no negamos la insistencia! El tiempo debe estar harto de que lo llamen para ir a la guerra y para que se le utilice como padrino de la efímera gloria a la que aspira cada ciudadano; se siente humillado de que no le encontremos más nobles razones, de que bajo sus pretextos nos apoderemos de la inquina y desobedezcamos a la paciencia.

El tiempo aparece en los paralelos y los meridianos, en las hojas de los árboles, en las lineas de las manos, en el desgaste de las suelas de los zapatos y los rotos de los trapos. El tiempo es de arena y de agua, de nieve y de ceniza, de madera quemada y de rayos de sol incidiendo sobre un agujero, por el que se escurre la delicadeza del tránsito de un estado a otro. El tiempo no es nada y lo es todo, acaba su jornada y nos devuelve el mismo interrogante por no saber si la realidad es solamente un sueño. El tiempo nos lleva de la mano, nos contagia el virus de la prisa, nos embauca en proyectos vitalicios, nos arrastra hasta el antes y el después, hasta el laberinto del recuento y la nostalgia. El tiempo se sostiene en un hilo tan maltrecho y tan delgado como solo podría serlo el de la necesidad de haberlo inventado.



4 comentarios:

  1. Querido Clochard,lo has definido tan bien que solo voy añadir,"que nos quiten lo bailado",por cierto hay días¡que te sales!...un abrazo de muchas lunas atrás!!

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    1. Querida Amoristad, es muy difícil definir el tiempo por su cualidad de la que a penas sabemos lo que nos inventamos. Celebro que te haya llevado a esos buenos recuerdos.

      Mil abrazos.

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  2. Clochard:
    Después de leer tu reflexión se me ha ocurrido relacionar el tiempo con la niñez y, de igual manera que perdemos la inocencia cuando descubrimos el decepcionante secreto de los reyes magos; perdemos la infancia una vez somos conscientes de lo que significa el "tiempo".
    Salu2.

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    1. Dyhego:

      De la misma manera que no existe mas edad que la que se ejerce, no existe mas tiempo que el que nos dé por vivir sin necesidad de medirlo. Al fin y al cabo es un postizo con el que nos castigamos perpetuamente.

      Salud.

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