miércoles, 3 de abril de 2013

Taxi Driver.





El taxista saluda, mira a través del retrovisor con una maestría que junto a la de los peluqueros no hay quien iguale a la hora de mantener una conversación mediante el espejo, pregunta con un usted dirá a dónde vamos y pulsa la tecla. El taxista es un ser humano capaz de llevar un GPS instalado en la cabeza como si nada, una brújula sentada al volante, el sentido de la orientación al filo de lo imposible, el más seguro de los kamikaces si la prisa nos aprieta y el diligente servidor del recién llegado al aeropuerto. En un taxi uno se encuentra a salvo de los monstruos de la ciudad y el recorrido de la carrera puede dar para ofrecer las suficientes panorámicas como para decir que se conocen las calles de otra manera, con una textura visual más resumida pero no menos interesante: es como pasar del hiperrealismo caminado a los destellos del expresionismo mediante las luces que se rescatan de los certeros vistazos más allá de una ventanilla. Siempre he preferido el asiento de atrás de los taxis, como si me instalase en la butaca de un cine móvil que te muestra sucesivos fotogramas de los barrios que por precaución menos se frecuentan, y de los que lo que sabemos nos ha llegado de oídas, a no ser que un buen día acabemos por transitarlos sin a penas darnos cuenta, introduciéndonos en ese dédalo de calles prohibidas del que tratamos de salir casi de puntillas y simulando simultaneamente ser conocedores del terreno, interpretando el papel de hombre duro del que nadie pueda sospechar que teme que a la vuelta de una esquina le roben la cartera.

Para esto de los taxis hay ciudades y ciudades; en alguna de ellas hay muchos, más de los necesarios, y no ahora porque la crisis esté haciendo estragos, sino que parece que siempre ha habido demasiados, dando la impresión de una injustificada abundancia que a duras penas consiga sostener su ajetreo, como en Linares, o en el mismo Jaén, o en ciudades de mediana densidad de población en las que si antes no era muy frecuente ahora es un auténtico lujo tomar un taxi, pero cuyas licencias se encuentran ahí viéndolas venir; o en Huelva, donde una retahíla de luces verdes aparcada en la plaza de las Monjas simula más bien una concentración, una protesta que una puesta en escena del oficio, por desgracia. En cambio en Madrid o en Barcelona la cosa cambia, aquí los taxis son indispensables, novelescos, animales de hierro a los que solo les falta hablar, formando parte del paisaje urbano, reservándose el protagonismo de actores secundarios, pero de lo buenos, de esos sin los que no hubieran sido nada los héroes de Vázquez Montalbán o de Eduardo Mendoza, ni los hombres de a pie de Juan Marsé en mitad de una urgencia o el trastabillado verso de Miquel Martí Pol resuelto en cuanto la puerta del taxi se cierra y queda el poeta a merced del recorrido. Hay mucha inspiración fraguada en el interior de estos vehículos, y muchas conversaciones vitales para los intereses de un estado, y mucha tropa en gabardina detectivesca que valen por lo que callan: hay mucho film y teatro, mucha tela que cortar.
La música de los taxis suele variar, va en gustos y en épocas, en edades del conductor también, como las ganas que tenga éste de hablar , alargándose más o menos en las explicaciones que resuelven las dudas del visitante; pero como digo la música de algunos de estos minúsculos universos sorprende, porque excepciones hay en todos los gremios, y para qué hablar de la sutileza al servicio del huésped del asiento -con cuanta frecuencia nos pensamos que muchos oficios están sepultados bajo la losa de la ignorancia, de la incultura y el fatalismo del aborrecido esfuerzo sin descanso-; En una ocasión asistí a una lección de Mozart de parte de un conductor argentino que ejercía de taxista en Sevilla. Mire usted, me decía, desde aquí se ve toda la jungla, más de lo que cualquiera se pueda imaginar, y no puede uno perderse un detalle por la cuenta que le trae y de paso, como de propina, se recibe a cambio un doctorado en esto de la calle; esto es como una película, seguía diciendo, y para las que veo desde aquí yo prefiero Mozart, suaviza, sabe usted, y no se crea, a veces le da contundencia a la verosimilitud de los sucesos, y también, para qué negarlo, hace que pase el tiempo más despacio cuando lo que se ve es bonito, sobre todo en primavera, y más rápido cuando conviene olvidarlo, y eso de momento no me lo ha dado ninguna emisora de radio.
Luego nos encontramos con el mítico sambenito de frescos que acarrean todos los taxistas, que viene a resumirse en que como no te conozcas la ciudad te llevarán siempre por el camino más largo; habrá unos que si, habrá otros que no, tampoco vamos a  dictar sentencia a favor de ninguna de las partes, que de todo hay en la viña del conductor, pero no podrá negar el pasajero que no hay ya una cierta emoción de partida. Para eso nada como conocerse la ciudad e indicar al taxista por dónde queremos que nos lleve, aunque siempre defenderé que esto le quita morbo al asunto, a pesar de que una mínima información nos puede ahorrar algunas monedas. Yo me dejo llevar, me fío, a excepción de en Sevilla, no por nada, sino porque allí tengo un amigo de padre taxista que presumía a boca llena, mi amigo, de conocerse todas las calles, todas, de la ciudad, y en una serie de recitales turísticos a bordo de un antiguo Ford Fiesta pude comprobarlo, a la vez que nos iba indicando a sus discípulos acompañantes qué había que decirle a los taxistas por esta o aquella avenida: un maestro que me ha permitido defenderme a capa y espada desde Santa Justa hasta los últimos rincones de Triana, y por los innombrables y novelescos lugares que encierra esta polis en cualquiera de sus barrios.
Los taxistas saben un poco de todo porque les suceden muchas cosas y prestan bastante atención, como los camareros de la barra de las estaciones de tren. Son muy buenos psicólogos y unos magníficos fotógrafos; a algunos les quita puntos la impaciencia en los semáforos, pero es comprensible, no se puede tener todo. Los hay que llevan el taxi forrado de estampitas de Semana Santa o el salpicadero repleto de sus ídolos taurinos, futbolísticos o mini retratos de cada uno de los miembros de su familia. También los hay quienes cantan por lo bajini para que no se les dé conversación, para desatenderse de la monserga del cliente que siempre pregunta que cómo va la cosa, que si se nota la crisis y otro tipo de impertinencias. Mis taxistas preferidos son esos que al despedirse te desean un buen día, o un que le vaya muy bien señor hasta la próxima, como si sostuviesen alguno de los cimientos de la estabilidad que tú aún no has encontrado para el inminente encuentro o reunión que te espera en cinco minutos. Hay un taxi para cada ocasión y un oficio para cada necesidad, y el de taxista es uno con el que más me identifico, por ese enorme lienzo en blanco con el que se inaugura cada jornada, por ese continuo acontecer algo nuevo, por el capote que hace falta tener para torear a más de uno y a más de dos desagradecidos, por el contacto con el asfalto y el directo, por lo sumido que se encuentra en las huellas dactilares de la realidad y lo poco valorado que resulta, por ser una más y de las mejores aulas de la vida sin pisar la universidad.

 

8 comentarios:

  1. Pues no estarías tú mal de taxista ahora que lo pienso.
    Muy buena descripción, Clochard.
    Salud y besos.

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    1. Siempre me ha llamado la atención lo que pueda cocerse en el interior de ese oficio, y cuando tengo la oportunidad me fijo en lo que se traen entre manos, y da para mucho; en la memoria de cada taxista debe haber cientos de novelas. Si yo fuera taxista, o el día que lo sea, escribiría un buen diario.

      Besos, prosas y versos.

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  2. Siempre me ha parecido que para ser taxista hay que tener un temple especial,un don de gentes y una gran memoria...Yo también te veo en el "bibliotaxi",repartiendo sabiduría y gracia por doquier.Es una gran profesión la de taxista y lejos del glamur es bastante peligrosa...Un abrazo luz verde!!

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  3. Siempre me ha parecido,que para ser taxista hay que:tener un gran temple,una memoria escepcional y ser un gran físionomista y creo que cumples con el perfil.Ya te veo con "El bibliotaxi",repartiendo sabiduría y gracia por doquier.La única pega que le veo a ese oficio es;la peligrosidad a la que se enfrentan cada ,por la gente con la que tienen que lidiar a veces...Un abrazo luz verde!!

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  4. ¡Por si no hubiese quedado claro!:)Perdón Clochard, por repetirme,pensé que no se había publicado...Un abrazo bis!!

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    1. Ha quedado claclarírísisimomo.Tiene que ser muy duro ese oficio, pero al mismo tiempo muy enriquecedor a cerca de la flora y la fauna humanas, y quién sabe, lo mismo un día me veo de taxista.

      Mil abrazos.

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  5. Interesante punto de vista.
    Salu2, Clochard.

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    1. Todos los oficios tienen su punto desde el que observar la realidad, Dyhego, unos más que otros, y los taxistas deben aguantar lo suyo.

      Salud.

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