jueves, 9 de mayo de 2013

A la vuelta de la esquina.






Se nota que llega el verano, que pronto estaremos quejándonos, para no perder la costumbre, de las sacudidas de la calina, del sopor de la flama veraniega, diciendo eso de que a determinadas horas no hay mas remedio que quedarse en casa. Parecen darse prisa estos días de templanza primaveral por alcanzar la canícula que se encuentra a la vuelta de la esquina; estos días en los que se puede disfrutar del paseo con la dulce y despierta somnolencia del dejarse llevar, sin mas argumento ni intención que gozar de la bondad del clima, durante esos ratos libres en los que respirar los puntos suspensivos de las tardes algo más largas se convierte en un privilegio como coger una manzana del frutero de la humilde abundancia; es como si el más leve atisbo de calor se encargara de anunciarnos el inexorable paso del tiempo, la inminente entrada de una nueva estación; ahora que parece que fue ayer cuando andábamos celebrando el adiós al invierno y la bienvenida a la plenitud de la primavera, al colorido abrazo con el que se dejan querer las fotografías de los campos, al equipaje cargado de pinceles con el que nos viene esa ilusión visual que nos trastoca el rumbo del pensamiento, las instantáneas de las calles y las plazas abiertas de par en par para recibir los aromas de los desperdigados polvos mágicos del polen, el vuelo de las palomas y los gorriones aleteando en esa sincronización alegre y matemáticamente alocada, la orquesta de las golondrinas yendo y viniendo al hueco que han elegido para construir su nido en el ala de un tejado.
La ciudad vive la primavera pasando de los charcos a los parasoles, de las infusiones calientes al té frío, del recogimiento en el interior de las viviendas a la salida a los parques en los que caminar a la buena de Dios con la recuperada sensación de contacto con la naturaleza. La ciudad levanta el telón con la apertura de las heladerías y con la puesta en marcha del trajín en las terrazas, en las que las jarras de cerveza y los vasos de tinto de verano refrescan las gargantas y amenizan la conversación; también se nota el cambio de temporada en el decorado de los escaparates de los comercios de ropa, o en la aparición de alguna que otra fruta propia de esta época, como las fresas o los primeros melones, pero poco a poco se va pasando de un tiempo a otro, de esa dulce moderación, con la que el termómetro no asciende más de lo preciso para recordarnos que estamos en la época florida del año, a la aparición de las primeras mangas cortas que debido al bochorno parecen de por vida, a los primeros sudores, al jadeo al subir las escaleras del metro justo al toparse con el calentón de la calle, al atolondramiento de la siesta, a la más frecuente sensación de sed y a algo que casi como un regalo caído del cielo se nos proporciona cada día y a cada hora, algo que puede convertirse en un lujo de la vida y en un enriquecedor vicio a lo largo de todo el año: la luz, la transformación de cualquier objeto urbano en función del mes en el que estemos; esa forma de lenguaje, esa especie de reloj que no usa manecillas sino sombras y reflejos, esa inigualable manera de otorgarle contorno y brillo a las cosas, vistiéndolas con la indumentaria adecuada y siempre a la moda, siempre luciendo la belleza en estado puro de cuanto nos rodea.

2 comentarios:

  1. Clochard:
    ¡Por fin llega el verano! ¡Sólo pido que tengamos 5º menos! ¡Sólo pido eso! Tampoco es tanto ¿no?
    Salu2 calurosos.

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    1. Dyhego:

      Se ve venir, ya van llegando las primeras tardes de calina. Me parece que es mucho pedir que el próximo verano nos caliente con cinco grados menos, habrá que seguir mojándose por fuera y por dentro.

      Salud.

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