lunes, 13 de mayo de 2013

Barbarie.






Con frecuencia, cuando me dejo llevar por el irresistible paso de las páginas en el interior de una de esas obras en las que desde la primera a la última línea aparece la consonancia con el presente, me salen al paso temas a cerca de los cuales aspirar a escribir unas lineas. Una de las conexiones que hacen de esas lecturas una fiel representación de la actualidad es precisamente su constante mención a hechos pasados, a movimientos y dirigentes, a etapas y épocas en las que se luchó por conseguir algo digno de ser llamado tal que humano. Ayer, enfrentándome al insomnio, tomé uno de esos libros que precisan de varias lecturas, por ameno, y que conviene no tener lejos, para refrescar la memoria, para no adormilarse en los laureles de la comodidad, para esculpir la conciencia y encontrar los motivos sobre los que sostener la firmeza de las creencias que hacen que enarbole uno la bandera de la esperanza por muy mal que pinten las cosas. Me refiero a Inquietudes Bárbaras de Luis García Montero. Mientras leo salen al paso motivos para esta entrada, o para la de mañana, o para la de cualquier día, porque son tantos y tan sensatos los argumentos que acaba uno rindiéndose ante semejante muestra de lucidez optando por continuar disfrutando de las lecciones, de esa literatura de ensayo en la que se habla de la II República y de Antonio Machado, de Fernando Giner de los Ríos, María Luisa Navarro, Pedro salinas y Manuel Azaña, entre otros muchos protagonistas, testigos y colaboradores de esa época en la que se aspiró en España a poner en práctica lo mejor del sentimiento ilustrador tratando de formar ciudadanos en igualdad de posibilidades, con el sencillo rigor de la protesta cultivada en el sentido común.
Pero no siempre, casi nunca por más que lo intente, acaba uno por sembrar el papel en blanco con aquellos razonamientos que le inspiró una lectura, haciendo uso de las notas con aspecto de jeroglífico sobre el cuaderno; hay momentos en los que la intención con la que se va barruntando por la calle el cómo, el por dónde y el cuándo se empezará hoy a escribir, es sustituida, por culpa de un fortuito encontronazo, de morros, por la estampa de la pura y dura realidad, de la que tanto se alimentan las ficciones y con la que la novela que cada cual lleva a cuestas sufre los envites del descalabro y del placer, y no en la misma proporción. Por eso esta tarde he pasado de las inquietudes bárbaras a la barbaridad a secas, sin más, al pasar por la puerta de una cafetería, situada en la calle Asunción de Huelva, en la que se increpaba a una escuálida e indefensa muchacha - ébano de Costa de Marfil o de Senegal, de Tanzania o de Mozanbique -  con improperios tales como que por cada veinte inmigrantes que entran deberían morir treinta; todo ello fraguado en la delicadeza y la sabiduría de una señora que, cigarrillo y copa en mano, aparentaba pertenecer a esa clase de indeseables cuyo miedo les impide ver más allá de sus narices y por eso apuestan por lo privado porque lo público y compartido les aterroriza, cuyos complejos de inferioridad hacen desear que nadie saque la cabeza ni que sirvan de nada los dignos esfuerzos por ampliar las miras sobre el horizonte y la visión del campo abierto, cuyo rostro expresa motivos suficientes para no ser ningún ejemplo a seguir, cuyos cabellos parecían recién salidos de un salón de belleza, como sus manos y sus pies, todo menos su corazón y su cerebro empecinados en hundir a esa joven criatura que miraba para atrás, con esa muestra de inseguridad que otorgan la humillación y el desconsuelo, preguntándose si cabe la posibilidad de que arrastre uno el peso del fracaso de manera perpetua o si definitivamente nos hemos vuelto locos que carecen de inquietud alguna, salvo la barbarie en la que nos revolvemos como marranos en charcos de barro.

6 comentarios:

  1. Aún en los chiqueros hay chanchos que se destacan...
    Por eso no podemos perder la inocencia y los posibles por nacer.
    Es un placer leerte.
    Parecemos hermanos de vivencias.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tan solo con abrir los ojos, con salir a la calle, con poner el oído y aguzar el olfato se expone uno a lo mejor y a lo peor de cuanto nos rodea; es importante mantener intacta, o casi, la capacidad de asombro, hermana del aprendizaje, para muchas veces aprender a cómo no hacer las cosas. Parece mentira pero aún suceden historias de este tipo, aún hay quienes se empeñan en hacer de esta nave de los locos un nido plagado de odio. Gracias por tu generosidad.

      Salud.

      Eliminar
  2. Clochard:
    Ni sirvas a quien sirvió ni pidas a quien pidió.
    Salu2.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Dyhego:

      Muchos de los que tratan de hacer la convivencia imposible, ni han pedido, ni han servido ni se imaginan lo que significan semejantes nobles posturas; pero bueno, ellos sabrán.

      Salud.

      Eliminar
  3. "La ignorancia es la madre del atrevimiento",caminemos despacio para no dejar de sorprendernos y sigamos viendo injusta la vida para no dormirnos en el conformismo de creer que nunca nos pasará a nosotros...Un abrazo sin fronteras!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Bueno, mujer, tampoco es que haya que ver injusta a la vida; eso si, injustos son todos esos que colaboran a que parezca que lo sea, como la señora de esta entrada, siendo una de las peores cosas que ellos no saben del alcance de su intransigencia, por ignorancia, por la montaña de complejos bajo la que se sepulta su integridad.

      Mil abrazos.

      Eliminar