viernes, 24 de mayo de 2013

Borrarnos del mapa.




Cuando aquello que es un claro síntoma de que las cosas no van bien se convierte en ingrediente de la normalidad, como ver cada día a más gente pidiendo en la calle, se corre el riesgo de caer en la peor de las desatenciones consistente en mirar para otro lado sin alcanzar a figurarse lo mal que lo deben andar pasando muchas personas, que hasta hace poco vivían en el mismo ambiente de aparente normalidad que nosotros. Viene más tarde, y de la mano, la nula aparición del más mínimo impulso de duda o remordimiento, de sentido de la justicia o del progreso, debido al embotamiento mental en el que se sumerge el pensamiento, en el que los mecanismos de defensa que deberían accionarse en caso de emergencia han sido convertidos ahora en el más natural de los comportamientos con aspecto de ficticia balsa de aceite, atraídos por la descomunal voracidad del yo primero y de la ausencia de planteamientos a cerca de la sencilla convivencia, término éste último al que también habrá que cambiarle el nombre y la forma, la dimensión que ocupe en caso de que sobreviva, una vez se haya andado lo suficiente en el descarrilamiento ordinario, cuando nada sea concebido como es, como es ahora.
Esta falta de interés trae consigo ni más ni menos que una visión viciada de la realidad, de la nueva realidad, de la que ya viene pisándole los talones al hoy mismo en el que estamos, el nuevo modo de vivir, fruto de la cual no nos habría de sorprender que el esperpento con el que se desarrollen futuros capítulos de la historia, que se encuentran al caer, roce la cota máxima de mecanización de los sentimientos hasta convertir éstos en mero objeto de la mayor o menor utilidad que se les quiera o se les pueda dar, con las miras siempre puestas en obtener el máximo beneficio posible, sin importar la textura humana de dicho provecho porque para entonces habrá desaparecido el concepto de sentir por amor al arte, progresando dicho efecto hasta una nueva forma de sentir, hacia un sentir diferente a cómo lo habíamos hecho hasta el momento, hasta quedar relegada la ética de la compasión y los artificios del bonito gesto de echar un cable a un postrero lugar, a algo así como un almacén de residuos del pasado en el que se encuentren las maneras en las que fueron consideradas las nociones de afecto hacia los demás, hacia un vecino, una mascota, una planta o un conciudadano, en épocas de las que por entonces resultará curioso estudiar el cómo y el por qué de semejantes procedimientos de la sensiblería de los siglos XX y XXI, resultando que en lo que la gente andaba pensando en lugar de pillarse un billete para Marte era en cualquiera de las cosas que ya se hayan dejado de hacer y de desear. Y ay de quien no se lo estudie porque esa puede ser una buena pregunta para la reválida de acceso a las universidades del futuro, aunque me temo que no servirá de mucho.
Son muchas las pruebas y los ejemplos, los comportamientos que por desgracia se empeñan en seguir las nuevas generaciones de empresarios y noveles creadores de fortuna, los sádicos dictadores y los racistas, los matemáticos de la cuadratura del círculo polar del alma a cambio de dinero, la chusma, para entendernos, entre la que nos ha tocado ir sorteando las sombras, esas primeras semillas de la futura selva en la que la hipocresía será devorada por la locura, cuando no se diferencie de la sensatez, para la que no existirá tratamiento a base de pastillas que lo remedie, que a diario nos muestran los supuestos representantes del pueblo de aquellos países que aún, como mal menor, viven amparados por ese punto de impúdica falsificación de un pretender hacer lo que se quiera al que ha sido reducida la Democracia, convirtiéndola en el eufemismo de malolientes, sospechosas y escondidas intenciones; y de ahí, paso a paso, irá saliendo el recorrido de un escalofriante crucigrama dentro del cual estará reservado el derecho a repartir las fichas para que todo quede en orden y cada uno sepa cuál es su sitio. Todo tan catástroficamente pensado como si dicho plan se sostuviese en la creencia y ciega fe de la posesión de la verdad, al estilo de los complejos napoleónicos, con lo que quedará demostrado que a lo más que habremos llegado será a un pésimo uso del tiempo por haber estado tan desmesuradamente aburridos durante siglos, carentes de toda inercia hacia los positivos estímulos que pasaron a la historia, como para acabar borrándonos del mapa en un juego en el que solo albergará el destino la esperanza de poner en marcha sobre un empezar de cero la primera partícula de un nuevo todo. Pero sin prisas, por favor, respeten el silencio de la sala de lectura.

4 comentarios:

  1. El ser humano se acostumbra a todo, tanto a lo bueno como a lo malo. También se puede ver como un mecanismo de defensa. Precisamente ando leyendo "El diario de Ana Frank" y los habitantes de "la casa de atrás" pese a la espada de Damocles que cuelga sobre ellos, en sus microcosmos, tienen sus rivalidades, sus odios, sus pequeñas alegrías y sus miedos.
    Distanciarse a veces de los problemas de los demás, no supone negarlos o pasar de ellos necesariamente.
    Salu2.

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    1. Qué buena lectura te traes entre manos, qué buena elección, es un documento escrito por una niña de a penas catorce años, si mal no recuerdo, es una maravilla, a pesar de las rencillas y de la triteza que se destilaba en aquel ambiente.

      En cuanto a lo escrito en la entrada me he ido al extremo queriendo decir que se nos está yendo de las manos el asunto, precisamente más de medio siglo después de la terrible época en la que se basa "El diaro.." Y me da a mí por pensar que la nueva forma de vivir que está por llegar tendrá algo de barbarie.

      Salud.

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  2. Creo Clochard que en peores plazas hemos o han toreado nuestros antepasados y aquí seguimos.Yo no creo que vayamos a peor,creo ex corde, que hoy por hoy pesa más las acciones buenas y que cada vez se está estrechando el cerco a la gente sin escrúpulos.Y si no,cada uno que aporte su granito...Un abrazo positivo!!

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    1. Bueno, un poco de todo. Evidentemente que estamos mejor, solo hay que fijarse en la situación en la que se encontraba España hace cincuenta años y en la que, por muy mal que estemos, se encuentra ahora. Pero en el plano de saber vivir en paz, de hacernos la vida, ahora que podemos, y hablo por el mundo entero, más fácil, creo que, si echamos una ojeada al panorama, estamos perdiendo los papeles, un poco.

      Mil abrazos.

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