domingo, 16 de junio de 2013

Creemos.




Pasan los años y seguimos soñando, de hecho no podemos vivir sin soñar y hacerlo es la mejor manera de escapar, de escabullirnos sin necesidad de huir; es la mejor manera de vivir varias vidas más plenas que ésta única en la que los acontecimientos parecen dominarnos sin obtener a cambio nada más que preocupaciones por mantenernos en la cuerda de la irrealidad establecida. La obligatoriedad de continuar la senda marcada no deja espacio para una réplica posible a cada ciudadano. Si eso fuera así, si cada cual pudiera fabricarse su mundo a su manera, tampoco sería lo mejor, quizá, ya que sin cooperación, siendo el hombre sociable por naturaleza, difícilmente conseguiríamos ese estable, sano e imaginativo desorden ordenado en el que consiste el fluir del aprendizaje procedente de las relaciones de unos con otros sin ánimo de pisarle la cabeza a nadie, sin cobardías ni rencores, sin malos humos, civilizadamente cada cual en su sitio, evadiéndonos del espíritu de revancha, de dominación y de poder, prevaleciendo los valores de algo que curiosamente en este mundo loco sería entendido como la locura. Pero no queda más remedio que construirse ese mundo, ese planeta que vaga por la calle recogiendo versos y descansa debajo de la almohada. Por la Mancha Sancho se aquijota y Don Quijote se ensancha, decía Gloria Fuertes, y siguiendo a Chamfort hemos de aplicarnos el cuento de que la felicidad es muy difícil encontrarla en nosotros pero imposible de hacerlo en otra parte. Puede que no entendamos la felicidad de los demás tanto como la nuestra. Puede que nos falte quitarnos esa venda de los ojos. Los planes se trastocan y parece mentira que exista o haya existido un ser superior capaz de engendrar este andamiaje tan frágil, este laberinto de contradicciones en el que llegamos a convencernos, con fines poco nobles, de que cualquier revés puede estar justificado. Hay personalidades del mundo de la psicología que dicen que a todos nos alegra, en mayor o menor medida, el fracaso de un conocido. Pero eso es una barbaridad. Bien es cierto que siempre ha sido el género humano un especialista para ver los toros desde la barrera. Es habitual decir ya te lo dije, o se veía venir, o si es que no podría ser de otra manera. Este traje de la civilización tiene algo de Frankenstein, es como un modelo de algo que ha sido hecho a base de retales, de costuras sin pespunte, muy bonitas para mirarse en el espejo pero un desastre en cuanto se mueven un poco, en cuanto han de compenetrarse para caminar juntos. Creemos promesas tras las que se encuentra la sombra del engaño; creemos en los curas y en los santos; creemos en el horóscopo y en la Biblia, en los astros y en el destino; creemos en las supersticiones que nos ponen sobre aviso de la llegada de una irremediable tragedia si no actuamos con el gesto del antídoto que es otra superstición; creemos en lo que dicen los visionarios de la tele, creemos en lo que nos echen. Somos unos crédulos todo terreno, qué le vamos a hacer. Las penas con supersticiones parecen ser menos penas. Yo, por si acaso, creo en Benedetti.

4 comentarios:

  1. Creo que lo más peligroso es dejar de creer en uno mismo,lo demás son tablas de salvación en este océano inmenso,bienvenidas sean mientras te permitan seguir a flote...Un abrazo creible!!

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    1. Pero no dejemos de soñar, que es una muy noble creencia, una excelente tabla de salvación.

      Mil abrazos.

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  2. Clochard.
    Las creencias nos sirven para vivir. Lo malo es cuando vivimos para mantener artificialmente esas creencias.
    Salu2 crédulos.

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    1. Dyhego:
      Dice Frenando Savater que las creencias son algo así como un antídoto contra muchas catástrofes, un atenuante, un colchón; y lleva razón. Imaginate un planeta sin creencias, y con la misma capacidad de empatía que tenemos ahora: sería el caos. Cuando una creencia se convierte en dogma, acaparando todo el discernimiento de la persona: apaga y vámonos.

      Salud.

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