lunes, 10 de junio de 2013

Dejarse sorprender.





Decía Miguel Delibes que aquel que viaja con la sensación de estar de vuelta de todo es un observador frustrado. Mantener nuestra capacidad de asombro intacta, o hacer lo posible porque el descubrimiento, por pequeño que sea, forme parte de la vida, es una buena manera de mantener alerta a los sentidos para no perderse nada de la belleza de las pequeñas cosas que nos rodean. En base a ésto suelen disfrutar mucho quienes necesitan poco, quienes no precisan demasiadas cosas para sentir las pulsaciones de la vida. También salen beneficiados los que con relativa asiduidad se desvían de ese camino que parecía marcado por una sombra de no retorno, de no cambio, de imperturbable rectitud hacía el frente. Nadie como un niño para entender en qué consiste la emoción de este juego, y nada mejor que la memoria para que perduren las ganas de continuar indagando por los espontáneos senderos del hallazgo. Como un explorador. Abrir lo ojos, casi no es necesario ningún otro gesto para darse cuenta de la cantidad de diferencias que existen en todo lo que dábamos por supuesto o por sabido. En cambio, quienes como aquellos que se atreven a afirmar que no les gusta un plato sin antes haberlo probado, se aferran a la infundada seguridad de dar por hecho que conocen muy bien cuanto les rodea, sin más explicaciones ni criterios propios que una serie de prejuicios subyugados por el miedo, continuamente están dejando pasar la oportunidad de comprobar que el horizonte se extiende más de lo que ellos pensaban en la lejanía, y que lo que hoy es una idea mañana es, aparentemente siendo la misma, otra idea distinta para un fin diferente. Atendiendo a grandes relativistas de nuestros días, como Saramago o Vila Matas, pasa uno de creer tener certeza de algo a saber que la verdad es como un maravilloso espejo hecho añicos, y que a lo largo del camino van siendo encontrados desperdigados diminutos pedazos de éste que reflejan algo de un mismo todo, pero en diferente lugar, y que al no estar juntos cada uno de ellos responde a la particular posición en la que se encuentra, a las circunstancias que le han tocado en suerte, a lo que hay, a lo que son aún cabiendo la posibilidad de que no lo sean o dejen de serlo.
Ayer, mientras miraba el puzzle de patios y tejados al que dan las vistas de mi apartamento, vi cómo unos nuevos vecinos quedaban asombrados por semejante paisaje, que para muchos pasaría tan desapercibido como un turista japones por las inmediaciones de la plaza de España, o como un vagabundo pernoctando en un cajero, o directamente sería objeto de alguna crítica destructiva por no constar dicho panorama de jardines, piscina, estatuas, mar o acantilados. Era una pareja muy joven. Estaban apoyados en la barandilla de uno de los balcones interiores de su nueva vivienda. Desde allí se ve un par de higueras, tres o cuatro corralones abandonados, una manada de gatos y muchas fachadas desconchadas; ropa tendida, azoteas, escaleras metálicas y ventanas con cortinas de colores; puntas del iceberg del interior de cada vivienda; nada del otro mundo pero un mundo entero. Miraban absortos, felices, como si estuvieran descubriendo las costumbres de un país desconocido; señalaban con el dedo índice hacia muchas direcciones, inspeccionando todo lo nuevo con lo que se habían encontrado, y parecían comentar aspectos que les llamaban mucho la atención. Sonreían, sólo les faltaba frotarse las manos. Daba gusto ver que a ellos también les encantaba la lúgubre belleza que de puertas para adentro esconde el casco antiguo: el reloj de la torre de la iglesia, los plantas altas de los otros edificios más modernos a lo lejos, y lo que les espera: un amanecer con la gratitud de esas zonas que te hacen pensar que estás en un pueblo estando en el centro de la ciudad. Y todo por dejarse sorprender, que es una buena manera de sentirse afortunado.

6 comentarios:

  1. Estos comentarios tuyos, Clochard, siempre me dejan hecho unos zorros.
    Salu2.

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    1. Pues no es precisamente esa mi intención, te lo puedo asegurar, si por esa expresión entendemos que te dejan hecho polvo. Ecribo porque me gusta escribir y a cerca de lo que se me ocurre, de lo que me pasa y de lo que veo, de lo que me sugieren las cosas que me rodean, de lo que aprendo, que sé yo, de cosas y circunstancias que sobre las que me sienta bien hacerlo. Ahora bien, las conclusiones son muy personales, y si mueven algo, me alegro.

      Salud.

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  2. La vida es una sorpresa continua y no sabes lo que te depara el futuro pero,que aburrido sería estar de vuelta de todo.Esa es la parte de niño que debiéramos potenciar,la capacidad para dejarnos sorprender...Un abrazo y quien sabe!!

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    1. Sin duda. Dejarse sorprende y dejar que las cosas fluyan, como el agua que se escurre entre las manos.

      Mil abrazos.

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  3. Me ha gustado mucho. Voy a leerla otra vez.
    (También eso de lo que tú y yo hablamos)
    Besos y versos.

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    1. Me alegro mucho, de verdad. Ahí vamos, no siempre se consigue, pero es un buen reto. Creo que leer más poesía me ayudará a hacerlo mejor. Verás como en "Emoción anticipada", la entrada de hoy, no me aplico demasiado el cuento, pero lo tengo presente, y me gusta. Gracias, ex corde.

      Besos, prosas y versos.

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