martes, 21 de enero de 2014

Ciudad, gran ciudad





La gran ciudad se sumerge en embragues, en acelerones, en prisas y en  frenazos, en el impertinente sonido de los cláxones que accionan reflexiones sobre las precipitaciones y el estrés. La gran ciudad se come al mundo para desayunar y con los tres colores de los semáforos decora el esquema de las órdenes de preferencia sin mirar atrás. Siempre hay quien teme ser atropellado en un paso de cebra, siempre hay quien va con un perro y una bicicleta, siempre hay un vagabundo con un cartón de vino al lado, siempre hay alguien vendiendo libros a precios de saldo; siempre hay hombres con gafas de sol escondiendo sus ojeras, no permitiendo que vean hacia dónde miran, posando las pupilas en los escotes, imaginando obscenas barbaridades, rumiando el catecismo del proxeneta, tramando de las suyas. La gran ciudad es el mosaico de las razas del mundo puestas en escena para representar la obra de la coordinación ciudadana, y se llegan a entender, con sus más y sus menos, con sus cosas, cada uno a lo suyo y cada cual en su sitio hasta que alguien con creída potestad para hacer el tonto se atreve a sacar los pies del plato y a destrozarlo todo. Siempre hay una manifestación y un atasco, siempre hay un edificio hacia cuyas alturas se dirigen las miradas de los transeúntes ensimismados, siempre hay algún acento que se confunde, que se adivina, que se parece; siempre hay un olor a aceite recalentado en las cercanías de algún bar, siempre hay estudiantes con mochila, y mimos y músicos en las esquinas, y retratistas en las calles peatonales, y malabaristas en las plazas, y trileros a la vera de los callejones por los que resulta más fácil escapar; siempre hay una librería de viejo con aspecto de antiguedad, siempre hay un yonki arropado con cartones durmiendo a la intemperie, o en la acorazada mansión iluminada como un quirófano del interior de los cajeros; siempre hay un locutorio al que acuden inmigrantes, en el que se mezclan las lenguas y los llantos de alegría, en el que una webcam se bloquea y tenemos un problema. La gran ciudad no se demora nunca, no cesa, no se detiene en ella el ritmo del álgebra de la vida moderna. Siempre hay jardines con estatuas oxidadas, siempre hay palomas en los parques, siempre hay un graffiti sobre un muro, siempre hay una ambulancia a toda velocidad, y una sirena de policía, y un guardaespaldas a la puerta de un consulado, y un botones esperando en el porche de un hotel, y un vendedor de cupones en la encrucijada del centro comercial; siempre hay una catedral rodeada de turistas, y una calle por la que se suele preguntar, y una zona en la que conviene no meterse, y siempre hay un motivo para volverla a visitar.

2 comentarios:

  1. Con razón hablan de la jungla urbana...
    Salu2, Clochard.

    ResponderEliminar
  2. Con su flora y con su fauna, con su salvajismo dócil y su devoradora humanidad.

    SALUD, Dyhego.

    ResponderEliminar