lunes, 27 de enero de 2014

Palabra de camarero





Palabra de camarero, partirle el corazón al más pintado con la parsimonia del buen gusto detenidamente acelerado, con el tacto de los pianistas para los que cada tecla es un signo de puntuación debidamente colocado, un acento de entre la madeja de lana de la inspiración, un punto y seguido en el guión y en las preferencias del mercado; abrir una botella de reserva o de gran reserva, de Oporto o de Madeira, de Rioja, de Sauternes o de Tokjay, de Ribera o de Burdeos, de Alsacia o de Mosela como quien abre el frasco de los codiciados perfumes que estimulan los mecanismos del cerebro; batir en coctelera la combinación de unos cuantos líquidos que acabarán siendo emulsionados para dar como resultado sorbos de delirio inconfesablemente alborotado; deslizar sobre las paredes de un vaso mezclador la rizada y larga cucharilla al compás del índice y el pulgar, al son del ritmo de los hielos como si el sonido de estos pedazos de agua dura fuera la batuta del maestro de una orquesta filarmónica en el coliseo de ese espacio de cristal; penetrar con el sacacorchos la pieza de alcornoque portugués que criados caldos encierra bajo la tutela de las tinas, pipas, barricas y toneles de maderas de los bosques de Nevers, de Limousin o de Yugoslavia o de Allier, o del roble americano que aburre y cansa la reiterada explicación del somelier. Palabra de camarero, poner el ojo en las miradas que dicen y que saben lo que hablan, posar el oído en los murmullos que hacen ver la proximidad del peligroso gesto catalogado de gregario, colocar las pupilas en las palabras que merecen un silencio de atención, una reflexiva e interesada pausa, una línea subrayada que poder desarrollar en cada una de las sucesivas jornadas. Palabra de camarero, dirigirse con respeto al respetable que pasa por aquí y hacerle ver que se hace todo lo posible para que se encuentre en su casa, en esta domus que es la nuestra y es la suya, en este puesto de guardia que tantas leyendas falsas sostiene a sus espaldas, en este hogar en el que pasamos la vida entera viendo justo enfrente pasar la vida por la acera, en este claustro que depara tanta ciencia y tanto ingenio y tanto desparrame de bondad, tanto sacrificio y tanta calle y tanta noche y tanto aguantar tanto y tanto renunciar. Palabra de camarero, archivar el dato que dé origen a la aparición de un futuro detalle con el que fidelizar a un ser humano que nos ayude a cobrar el sueldo, a uno más de nuestros jefes que es cada uno de esos que no saben que sin ellos no existiría ni una letra de este párrafo, un humano que por vez primera decidió traspasar el umbral de la puerta e introducirse en este planeta de Mr Sammler, en esta academia de poesía alternativa para hastiados náufragos de la rima de los juglares sobornados, en este mundo subterráneo y a flor de piel rodeado por estanterías con botellas, en este mosaico de culturas y manías y costumbres de bohemios que son confundidas con el desvarío de los perros solitarios que a pulso se ganaron que no los quisiera nadie, de tendencias y disparates por doquier a la luz de una bombilla que atempera el microclima del lugar de siempre, en este camarote de barco para quienes prefieren la travesía de las serenas libaciones, en esta fragata con aspecto de Andrea Doria o de Titanic, de Queen Elisabeth o de paquebote a flote sobre las aguas de un mar bebido por la flora y la fauna de la jungla humana. Palabra de camarero, tener en cuenta las veces que late el corazón del prójimo que se mantiene a la espera de nuestros cuidados; despedirse con sosiego y sin ademanes rutinarios, con la cercanía del anzuelo y con el sigilo de los gatos, con la elegancia del mayordomo y con la simpática sobriedad del catedrático, con habilidades de trilero y cortesía de diplomático, con psicología de peluquero y con matemáticos cumplidos sin vértices ni aristas, con el roce de los guantes que curan arañazos. Palabra de camarero, no dar a entender bajo ningún concepto que uno se encuentra en aprietos, ni harto del circo ni del teatro ni del trapecio desde el que tantas veces le tocó saltar sin red y desde muy alto; usar la ligereza a la hora de interpretar el papel que te ha tocado, deslizando por las tablas el código de barras que te has forjado a base de tanto tropezar, moviéndote por la sala como si fuese el escenario de tus sueños, la pista de patinaje de la escarcha de tu cielo. Palabra de camarero, no esperar propinas de espécimenes tales como aquellos que se las dan de listos ni de los marqueses de Chorrapelada o del cojón azul; tener muy claro que no merece la pena contar las veces que se ha fallado, hacer uso del lito como de su pañuelo de seda lo suele hacer el mago; dejar pasar la impertinencia y mantenerse alerta de las honrosas pertinencias con las que poder crecer; armarse de paciencia y de valor en caso de no disponer de ases en la manga y recordar en esos casos el Tao de los maestros de tus primeras tablas. Palabra de camarero, admirar ininterrumpidamente la belleza de los dedos que saben manejar la porcelana, la costumbrista pintura de las manos que sostienen el aliento de un bocado; acostumbrarse a resurgir de las cenizas por muchas veces que se haya muerto en el intento; acariciar la cristalería de bohemia y sacarle brillo de modo que se reflejen los hábitos del savoir faire; repasar los platos uno a uno por el haz y por el envés; abrir la puerta como quien atrae hacia sí el cuerpo de una dama en un vals o en un tango; tener el oído enchufado al resto de los cinco sentidos sumergidos en los latidos de la concentración. Palabra de camarero, cambiar la servilleta que se ha caído al suelo; no aceptar ofertas de trabajo en mitad de un directo; escribir el diario del camarero que soñaba con ser el granjero que era Faulkner; no equivocarse en las cuentas que huelen a premeditación y alevosía, a tormento y contradictorios e internos complejos sin resolver, mantenerse al margen y hacer uso del hacerse el tonto por una vez; volar con la bandeja tratándola de convencer que es prima hermana de la alfombra mágica de los orientales cuentos de la niñez. Palabra de camarero, alinear y calzar la mesa antes de montarla; recoger la basura con el rigor con el que se limpian los componentes de la cafetera; repasar los cubiertos con vinagre o con ginebra, con agua caliente o con uno de esos productos raros, pero ante todo hacerlo con muchas ganas de dejarlos bien ordenados; pasar la mopa como si se estuviera preparando un lienzo para que más tarde intervenga el óleo; adecentar los cuartos de baño sin que por ello se te caigan los anillos; realizar el pedido con el menos común de los sentidos que permita mantener el almacén listo para el siguiente asalto; revisar las cámaras hasta dejar su interior preparado para el sueño compartido con el local cerrado; enjuagar la bayeta disimulando el pie izquierdo del mal día en el que te has levantado; trasnochar con los compañeros y ser una tumba en ese tipo de secretos; extraer versos de cualquier circunstancia por nimia que pueda parecer arrimándole a tu vida de camarero el placer de sentirte vivo en mitad de tanto desconcierto; acomodar a los clientes pensando que ejerces un poder sobre el movimiento de la tierra; servir a las señoras primero por lo de inconmensurable que representan y no por machismo ni por ninguna de esas razones que parecen tomar el pelo. Palabra de camarero, no confundir la confianza con el ahora te quiero seguido de un después en el que si te he visto no me acuerdo; andarse con cuidado con las hogueras a primera vista que se apagan bien pronto; ordenar los abrigos en las perchas que penden de la delicadeza que se le reserva a los que aspiran a ser expertos; planchar los manteles y sudar la camisa, a partes iguales, a la par que se llenan de aire los pulmones despejando las arrugas de millones de alveolos. Palabra de camarero, preguntar que cuántos hielos y qué tipo de fruta, que en qué podemos servirle madame si no le importa con mucho gusto estaría encantado; mantener el protocolo de la A a la Z sabiendo cuando es conveniente saltarse alguna regla sin que salten a la vista transgresiones a la torera; llevar siempre una sonrisa puesta, saber que cada una de las vidas que se presentan delante tuya es una novela, un cuento, un poema, otra, que cada persona es un mundo con una posible creencia en que alrededor suyo giran los planetas, ombligos del mundo que por ahí andan sueltos. Palabra de camarero, que cada día es una nueva paella, un nuevo tramo de carretera, una lluvia de ideas con las nubes de par en par abiertas, que cada canción tiene su momento, que el lenguaje de los gestos tiene un infinito abecedario, palabra de camarero y puntos suspensivos.

4 comentarios:

  1. Querido Clochard,conocí un día a un camarero que me hizo creer en el valor de las palabras y de que si las encajas bien se abren puertas a mundos de ensueño.Palabra de mujer...
    Un abrazo apalabrado...!!

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    1. Quién sería ese camarero. Seguro que se trataba de un colgado, uno más de esos que van por ahí creyéndose todo lo que dice esta entrada....jajajajaj.

      Mil Besos

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  2. Clochard:
    Con los camareros pasa algo curioso: no solemos prestarles atención, pero cuando encontramos a alguien "profesional", aunque te sirva un humilde cortado y parece que te ha servido ambrosía y néctar, entonces cae uno en la cuenta de lo importantes que son.
    En eso consiste la profesionalidad, en todos los oficios.
    Salu2 de barra.

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    1. En realidad nuestro oficio, el de los camareros, consiste en casi literalmente repartir felicidad. Si el gremio estuviera mejor tratado por las condiciones laborales sería maravilloso ver el despliegue de atenciones que nos hacen la vida más vivible a todos, en todos los oficios, pero en el de los bares y restaurantes pasaría a ser casi un espectáculo.

      SALUD, Dyhego.

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