sábado, 31 de mayo de 2014

Anticipos de un verano




Hay que ver con qué anticipación llega el verano a Sevilla. A penas han pasado unas cuantas semanas desde que comenzó la primavera y ya parece que se haya esfumado esa agradable templanza con la que a uno nunca le dan ganas de dejar de pasear hasta entrada la madrugada, cuando los callejones del casco antiguo reposan en una calma de monumentalidad en la que es fácil adentrarse en la imaginación de cuanto por aquí sucedió a lo largo de los siglos.  En esta ciudad, como en todas, se habla del tiempo a todas horas, solo que aquí el ciudadano es consciente de que le aguardan unos cuantos  meses de calina que desde ahora, a excepción de los leves intervalos en forma de algún que otro chaparrón llamado tormenta de verano, cuyo sofoco tardará horas en desaparecer de las emanaciones de calor que emite el asfalto, llegará hasta pasado el mes de Septiembre. A partir de ya casi nadie se acuerda de las prendas que no sean una camiseta o una camisa de manga corta. La comodidad en los cuellos es condición indispensable de los atuendos que cubren los torsos. Las telas penden sueltas y ligeras de los cuerpos. Los mocasines a penas alcanzan a pesar unos cuantos gramos, las piernas relucen sus tobillos sin calcetines, y los diferentes modelos de chanclas  llenan los escaparates de las zapaterías de barrio. Las calles se pueblan de cabezas con sombrero, que a mi me recuerdan a las postales de la Belle Époque o a los jardines a los que iba Marcel Proust tan bien pintados al óleo por Seurat. Las orillas del río grande, del Guadalquivir, sobre todo la más cercana al Paseo de Colón, es un mosaico de jóvenes tendidos, leyendo, charlando, fumando, dándole un repaso a sus apuntes o sencillamente holgazaneando y disfrutando del sol, viendo pasar la vida mientras escuchan la música procedente del barco turístico en el que es posible dar un paseo fluvial. En esta época las tardes resultan de un sopor tal que nos avisa de que en breve los termómetros alcanzarán con facilidad los cuarenta grados a la sombra. Para los turistas y para los viajeros de paso resulta casi imprescindible el acompañamiento de un abanico. Los bares sacan sus terrazas y en las plazas se escucha el jolgorio de los niños como si de un remolino de pajarillos se tratara, unos detrás de otros corriendo y saltando y haciéndole a uno sentir que aún es posible aquello de jugar en la calle. Las tardes se alargan hasta pasadas las nueve y los amaneceres traen debajo del brazo esa tregua en forma de los frescores de un tímido rocío. La luz lo inunda todo a su paso de un brillo especial, de la sensación de estar en una ciudad habitada por los duendes de la hospitalidad. Ahora ya sólo queda estar decidido para vivir otro verano que nos hará recordar todos los pasados, que nos hará volver a decir que hace un calor que no se puede aguantar, con esa característica exageración andaluza que parece que lo abarca todo. Hay que ir, pues,  preparándose para vivir a fondo otro verano.

2 comentarios:

  1. Aunque me gusta el verano, que tarde, que tarde en llegar...

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    1. Que tarde en llegar pero que no se olvide de traernos la mejor de sus versiones...

      SALUD, Dyhego

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