miércoles, 21 de mayo de 2014

Lo mejor del día



Lo mejor del día es la hora que le dedico a la lectura antes de dormir. Cada noche, a eso de las dos de la madrugada, repliego la almohada sobre mi espalda y me acomodo en mi cama como un niño impaciente en busca de una nueva aventura de Tom Sawyer o del capitán Nemo a bordo del Nautilus, buceando por las páginas de un libro que me espera sobre la mesita de noche como si estuviera preparado para el rescate ordinario que me concede su encuentro. Tengo un compañero de trabajo, un señor de cincuenta años, un camarero de toda la vida, de ese tipo de hombres que se casó muy joven y a quien una de las únicas cosas que le ha dado tiempo a hacer en la vida ha sido trabajar constantemente en lo mismo; un señor sin estudios que pronto tuvo un par de hijos y la apremiante obligación de mantener a una familia a base del poco gratificante oficio del servicio en bares atestados de clientes impacientes y muchas veces muy mal agradecidos, un señor que frecuentemente me recuerda lo que hay que luchar, lo que hay que aguantar, lo que hay que tragar, la de veces que al cabo del día le dan a uno ganas de mandar a freír espárragos a mas de un listillo y el temple que hay que tener para no cesar en el intento de mantener la compostura y los pies en el suelo. Y este señor, que jamás leyó un libro, representa para mi el más heroico ejemplo de lucha, entrega y tesón, de estoicismo y de paciente espera, de honradez en su posición ante una vida que yo no sabría por dónde coger de no ser por el rato que a diario le dedico a la lectura, porque si no existieran esas historias del interior de los libros a mi se me haría literalmente inaguantable la supervivencia. Este compañero al que me refiero también se dirige a mi de vez en cuando para recordarme, en tono de broma, que no somos nadie, que somos meros números, y después de reírnos asentimos mutuamente nuestro convencimiento y volvemos a la brecha, al tajo, a las torres de platos y las comandas, a la poesía de las recomendaciones, a los frenazos en seco para no tropezar con un compañero que acaba de abrir una puerta; y al llegar a casa, como cada noche, comienzo a sentir que soy alguien distinto a ese otro yo perteneciente a la cadena de producción, un yo que vaga a sus anchas por los senderos de la imaginación de esos virtuosos seres gracias a cuya generosidad literaria uno tiene acceso a más vidas, a otras vidas dentro de esta, a la existencia del buen rato y de lo feliz que uno se encuentra leyendo en la cama.

2 comentarios:

  1. Clochard:
    Es bueno tener otros alicientes a parte del trabajo, si no, nos volveríamos locos. Hay épocas en las que no se puede hacer mucho porque las cosas vienen mal dadas, pero siempre se puede sacar un ratito para hacer las cosas que nos gustan y nos permiten ser personas y no números.

    Salu2 de la mesa uno.

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    1. Benditos sean esos momentos, Dyhego, y, como suele decirse del trabajo, que no falten....

      SALUD

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