lunes, 27 de octubre de 2014

Titiritero




Cada vez que alguien me dice que me encanta mi trabajo me siento tan sorprendido que acabo tomando por un cumplido dicho comentario y no le presto la mayor importancia; del mismo modo tampoco siento el menor aliento de una remota fuerza interior que venga a defender dicha opinión de forma alguna; porque a mí, lo diga quien lo diga, no es que no me guste mi trabajo, pero encantarme desde luego que tampoco. Lo único que me seduce y me transporta a un estado de bienestar que pocas cosas son capaces de igualar es la preparación del escenario y la posterior representación: el teatro de los sueños en el que son posibles otras vidas dentro de esta única que tenemos. Mi trabajo engloba otras muchas circunstancias que entorpecen el hábito de la virtud, por desgracia.
Con el paso de los años va cayendo el peso de muchas de las certezas con las que uno pensaba que iba a convivir el resto de sus días, con las que aspiraba a crecer, a subir esa escalera imaginaria en la que se encuentran los escalones del continuo aprendizaje que, platónicamente, no choca con las trabas ni la insidia de la incompetencia. De ahí, de ese idealismo, sacaba uno fuerzas para levantar su edificio a base de ilusiones que tenían un peso diferente, otra textura; sobre todo en esa etapa en la que, tratando de prepararnos para ser buenos profesionales en un campo determinado, de lo que acabamos siendo auténticos maestros es de nuestros sueños: cuando vemos abiertas de par en par todas las ventanas del futuro y ni siquiera tenemos tiempo de reparar en si existirá o no eso a lo que la gente se refiere cuando habla del destino, cuando no reparamos en la velocidad de la luz ni en la distancia que separa la realidad de la ficción, cuando el mundo que diseñamos a nuestro antojo pocas veces se topa con la dificultad de tener que explicar muchas veces la sencillez de nuestros planteamientos, cuando uno era uno en ese estado de prodigiosa virginidad que aún no había sido obligada a pasar por el aro: todo aquello de lo que hoy pende la marioneta que represento cada vez que el titiritero que tensa y destensa los hilos me concede un respiro, o en cada ocasión en la que veo una rendija a través de la cual colar mi inquieta inocencia de pobre diablo.

2 comentarios:

  1. Clochard:
    ¡Pues da la impresión de que disfrutas mucho con tu trabajo!
    Supongo que siempre hay altibajos.
    A veces quisiera uno hacer cosas nuevas y se le ponen zancadillas.
    A veces, en momentos de lucidez, se da uno cuenta de que nada sirve para nada.
    A veces incluso llega uno a disfrutar con lo que hace.
    Salu2 hacendosos.

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    1. Si, sé apreciar los momentos en los que impera la felicidad, el equilibrio, la cordialidad: esos momentos en los que la maquinaria humana funciona a la perfección, cuando todo casa con todo; también disfruto mucho con la creatividad, con las proposiciones de nuevas ideas, pero, como decía Borges, solo tenemos una vida y se tiene que aguantar uno no pudiendo dedicarse a todo lo que quisiera, a todo lo que le acaba gustando más que su trabajo, que el trabajo que ha elegido.

      SALUD; Dyhego.

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