viernes, 12 de diciembre de 2014

Mi otro yo



Dice Jorge Onetti, en el inicio de Confesiones de un lector de Juan Carlos Onetti, que los lectores de esos indigestos ladrillos literarios llamados prólogos han de rondar el cero siete por ciento, según sus sarcásticos e irónicos cálculos; leo esto mientras paseo por el patio de la universidad de Sevilla, a la que vengo de vez en cuando para darme el gusto de meterme en ella y disfrutar del frescor de las gruesas paredes de la antigua fábrica de tabacos, para confundirme con los estudiantes mucho más jóvenes que yo que entran y salen con sus mochilas cargadas de libros, con sus caras de exploradores del abismo; vengo aquí para soñar despierto y para acercarme a la ventanilla de secretaría y preguntar si es posible asistir como oyente a alguna de las clases que se imparten en cualquiera de sus facultades. La verdad es que me da lo mismo de lo que hablen, lo que se explique, la época a la que el profesor se refiera, ya que lo único que deseo es escuchar las palabras de una mente lúcida en las que se desarrollen ideas de lecciones sobre gramática o geografía, sobre sintaxis o semántica, sobre etimología o análisis del lenguaje, comentarios de texto o lo que toque, me da igual. Llevo del brazo parte del inventario de poemas de Mario Benedetti, y esto me ayuda, hace las veces de luz de guía de mi simulacro, de mi otro yo en este mundo, de mis andares por los humos del arrepentimiento, de mi intento por reconquistar la condición perdida de la regular asistencia a las aulas. Me quedo embobado en las listas en las que aparecen las calificaciones, con sus nombres y apellidos, con los decimales que ponen el nivel en el sitio adecuado según el corrector de turno; veo esos papeles colgados en el interior de unas verticales urnas de cristal adosadas a la pared y me acuerdo de lo mal que lo pasaba cada vez que me veía obligado a ver mis notas en la facultad, en aquellos indecisos y torpes años cargados de noches alcohólicas y mañanas con resaca que hedían amargamente a agrio y que volvían a reponerse con unas inconscientes y confusas caladas de hachís marroquí para el desayuno. Echa uno la vista atrás y empieza  a darse cuenta de lo familiar que ahora resulta ver muy cercano lo que pasó hace veinte años, lo nítidos que permanecen algunos recuerdos por más que a uno le pesen. La memoria, siempre incierta y muy poco fiel a los hechos, es selectiva de la misma manera que la adaptación de las especies al medio en el que viven, y la realidad muchas veces se alimenta de ficciones rescatadas de los mismos recuerdos con los que aderezar la ensalada de la fortaleza personal: nos resulta necesario mentirnos piadosamente para sobrevivir, y por eso a mi me gusta ejercer la edad que me da la gana cada vez que puedo, por ejemplo haciéndome pasar por un estudiante.

4 comentarios:

  1. A partir de ciertas edades, empieza a producirse un desnivel desasosegante entre la edad física y la mental.
    Nunca se me ha ocurrido, pero tiene que ser interesante poder asistir de oyente a determinadas clases.
    Este año estuve a punto de matricularme en la universidad a distancia, pero al final me agobié y dejé pasar el plazo. Me da rabia renunciar a cosas que me gustan por circunstancias ajenas.
    En fin, es lo que hay.
    Salu2, Clochard.

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    1. Está claro que todo no se puede, pero solo con intentarlo algo ganaremos. Ánimo.

      SALUD, Dyhego.

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  2. "Querer es poder"El límite está en nuestra mente y en la fuerza interior.Lo cierto es:que vida solo hay una que sepamos y que hay personas con grandes limitaciones que hacen grandes esfuerzos y cumplen sueños.Así que para el año que viene le pide mucha paz y sobre todo fuerza interior para cumplir los sueños.
    Un abrazosoñador...!!

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    1. Gracias por tus buenos deseos, a ver si se cumplen. Está claro que querer es poder y que hay muchas personas cuyo ejemplo es para quitarse el sombrero.

      Mil abrazos.

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