martes, 17 de febrero de 2015

Ráfagas


Resultado de imagen de ensoñación

Tarda uno más de la cuenta en contestar algunos correos, algunas llamadas e incluso algunas señales prometedoras de alegría. Estar enfrascado de cavilaciones en torno a cómo hacer o no las cosas, en el caso que a cada cual le ocupa, puede llegar a absorbernos tanto como ese otro tiempo detenido en el interior de las novelas. Cada vez que retomo Madame Bovary es inevitable oler el campo y escuchar el ruido de los carruajes, las espuelas de los caballos, las herraduras rozando contra las piedras del camino, el rugir de las tablas de las escaleras, las conversaciones, el murmullo de quienes gratuitamente opinan a cerca de unos y de otros como tan magistralmente, con el dardo en la palabra, nos muestra Gustave Flaubert, quedándome a vivir allí sin preocuparme del reloj ni del día en el que vivo. Si abro por cualquiera de sus páginas uno de los tomos de En busca del tiempo perdido definitivamente se me va el santo al cielo, porque ahí, en la escritura de Marcel Proust, el tejido literario es de esos que necesitan ser saboreados casi como cuando se lee poesía, con la salvedad de que en esta ocasión el filo del cuchillo del significado es de tan asombrosa lucidez como para merecerse reiteradas lecturas sin salir de la misma página, y además nunca con la sensación de estar leyendo lo mismo, sino ahondando más en el mensaje, en las diferentes perspectivas que engloban el mundo interior del autor, ese mundo que se parece tanto al silencio que uno anhela para poder pensar detenidamente qué y qué no hacer, cómo llegar a la solución, de qué manera abordar un problema, en qué momento decir la expresión adecuada, el calificativo preciso, la subordinada de dicción correcta y fácil de entender. Es esa la ensoñación que nos hace soñar despiertos, ver más allá de lo que hay detrás de cada persona y de cada gesto, pararnos a pensar, ver las cosas, detenernos en el momento adecuado y, como en literatura, ser conscientes de que muchas veces dice uno más por lo que calla. La elipsis, la elusión y la omisión son tres de los mejores colores para pintar una lámina con aspiraciones a ganarle la batalla al despilfarro de charlatanería en el que nos envuelve un presente mentecato y poco dado a dialécticas de cierta profundidad. En eso anda uno perdiendo el tiempo sin contestar llamadas ni mensajes ni correos, ni señales con aspiraciones a gozar de la dicha de un tipo de alegría que aún no conoce pero que presiente como se presiente el desenlace del final de una novela en esa ráfaga intuitiva y poderosa que la imaginación nos emite.

4 comentarios:

  1. Sí, es fácil que a uno se le vaya el santo al cielo cuando está entretenido.
    Salau2 entreteni2, Clochard.

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  2. Alguien muy importante para mi,me dijo:"Deja que fluya"Que fluya el silencio,la palabra,la literatura,la música,los besos,los abrazos...Es tan efímera la vida,dejémoslo que fluya!!Me encanta como suena,que fluya!!
    Un abrazo fluyaorescente!!

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    1. Con abrazos de ese tipo se arreglarían todos los males de este mundo.

      Mil abrazos.

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