miércoles, 25 de febrero de 2015

Apuntes


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Se dice de James Joyce que lo apuntaba todo, que su minuciosidad a la hora de recaudar datos era el método que le servía de tiralíneas cual arquitecto de las letras para  después exponer con detalle cada uno de los rincones por los que transcurren las vivencias de sus personajes; todos los nombres, todos los gestos y movimientos, todos los aromas e indicios, todas las frases que sugieren ese tipo de descubrimientos que hacen que la literatura se ciña a la vida. Se dice de Juan Carlos Onetti que el perfecto desorden que habitaba en sus bolsillos llenos de retales de papel, desde un trozo de periódico hasta la servilleta de una confitería, eran el almacén del que más tarde habrían de surgir las andanzas de los Larsen y compañía, por esos muelles y suburbios, por esos bares nocturnos y calles estrechas, por ese mundo de Santa María del que no es difícil que uno salga impregnado de una pegajosa sensación como de entre humo de tabaco y resacosa humedad de licores apócrifos. Para José Luis Sampedro era inconcebible ponerse a escribir una historia sin antes haber diseñado el plano completo del relato, incluso la biografía de cada uno de sus personajes, aún con datos que tal vez luego no utilizara, tan solo por creer que conociéndolos mejor sabría cómo hacerles desempeñar un papel u otro en cada una de las decisiones que éstos tuvieran que tomar durante el transcurso de unos sucesos plagados de una ejemplar erudición ambiental que convierte al lector en uno más de los habitantes de la época que se esté tratando. Miguel Delibes afirmaba no ponerse a escribir hasta que no tenía la novela armada en su cabeza, fuera cual fuera el tiempo que necesitara, siendo a partir de ese momento cuando, como se suele decir, los personajes adquieren cierta autonomía convirtiendo así al escritor en una especie de médium que se deja llevar, hasta el punto de que ese relativo automatismo se topa con situaciones no premeditadas y con nuevos argumentos para cambiar  el desenlace planeado sin reparos sino más bien con una inusitada emoción de energía renovada, por las ansías de saber en qué acabará todo una vez que la pluma, las manos, hacen uso como de una especie de memoria inventiva convertida en artífice de la obra. Voy pensando en todo esto, durante el paseo que me ha llevado hasta el teclado, mientras oigo y escucho, mientras observo el paisaje urbano e intuyo en cada una de las caras con las que me cruzo la posibilidad de una historia, mientras atisbo las diferencias entre las maneras de los vagabundos, las terrazas de los bares, los vestidos de las señoras, la forma en la que cada cual hace suyo un hueco de sol o de sombra, mientras la vida fluye adhiriéndose al pensamiento caminado que goza de los cinco sentidos para ponerlos al servicio de una imaginación cuya tabla de salvación se encuentra en cada instante.

4 comentarios:

  1. A mí me cuesta mucho imaginarme la vida de los demás.
    Salu2, Clochard.

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  2. "Cada maestrillo tiene su librillo"y,"a quien buen árbol se arriba..."Gracias por tú sobra.
    Un abrazo de brote!!

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