jueves, 10 de septiembre de 2015

Globalización.


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Cuando me hablan de globalización tiendo a pensar en ella en su más estricto sentido económico. Nunca me dieron buena espina aquellas maniobras que trataban de convencer a todo el mundo de lo provechoso que resultaría abrir las fronteras con el fin de que fuera posible el más amplio intercambio cultural, la facilidad para movernos de un lado a otro, para tener al alcance de la mano la opción de acercarnos a lo lejano, para ir más lejos a base de una presunta cercanía propiciada por la teoría, por la retórica de los cicerones de turno que se encargaron de esconder bien la liebre del interés fraguado en los despachos de la bolsa. En la práctica me resultaba, y me sigue resultando, haber sido eso: una maniobra bien dotada de demagogia con la que se han enmascarado los fines comerciales de unos cuantos grandes capitanes a costa de la paulatina despersonalización de muchos mágicos lugares. Para mi globalizar es compartir la cultura entendiendo ésta como la forma de vivir adquirida mediante los movimientos de la historia, mediante los giros con los que los siglos han ido poniendo las cosas en un determinado sitio en cada lugar. Entiendo por globalizar dotar a la sociedad de las herramientas de conocimiento necesarias para que deje de darse esa absurda disputa entre los hombres por el mero hecho de haber nacido en sitios diferentes, abrirle los ojos a los ciudadanos para que se den cuenta de que se pueden hacer las cosas de otra manera siendo al mismo tiempo respetadas las formas. Globalizar es enseñar, instruir, enriquecer el archivo mental de las personas con datos procedentes de otros países y darles la posibilidad de que lo comprueben y lo disfruten, en definitiva generar el buen uso de la transigencia y la tolerancia para entender de una vez por todas que, en el más amplio sentido de la expresión, nuestra libertad empieza donde termina la de los demás, teniendo así claro que no es indispensable pensar lo mismo para ponerse de acuerdo, para convencernos de que todos tenemos sentimientos y valores y dudas y razones para proyectarnos en una u otra dirección. Para mi globalizar es desterrar del abanico de valores la idea del machismo y del feminismo, cerrarle la llave a las condiciones laborales de medio mundo teniendo como referencia al otro medio, no permitir que se sigan cometiendo bárbaras atrocidades en forma de discriminación y tortura, es decir aunar criterios a nivel mundial para que todo lo que es bueno acabe empapando las políticas y las mentes y las organizaciones más atrasadas: equilibrar, poner al día, dar por sentadas unas bases; y no me vale que me digan que depende de dónde es y se hace y se vive de esta o de aquella manera, porque de lo que estoy hablando es de que es inconcebible que sea admitido como moralmente válido lapidar a una mujer a consecuencia de un presunto delito obligándola a someterse a un castigo salido del código de Hammurabi, o sea prefiero no seguir. La globalización entendida en una dirección socializadora es la utopía del hombre actual, el sueño que aspira a hacerse realidad, la fuente de inspiración de los justos. Lo demás, lo otro, es el timo de la estampita y el totalitarismo de la sociedad de la transparencia.

2 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo, Clochard.
    Estamos en la fase de la globalización económica. Ojalá la globalización ética marchara al mismo nivel.

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    1. Eso va a ser difícil de alcanzar, por desgracia, o al menos no sé si nosotros llegaremos a verlo.

      Salud, Dyhego

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