miércoles, 23 de septiembre de 2015

La ley del embudo


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Ayer escuché unas declaraciones de Javier Arenas en las que contestando a la pregunta sobre si estaría dispuesto a ser candidato en las próximas elecciones generales decía que no, que él ya lo había sido todo y que ahora se encontraba muy cómodo en su posición de senador. Ciertamente en ningún momento faltó a la verdad. Realmente es muy fácil imaginar dicha comodidad teniendo en cuenta la consabida función de los miembros de la cámara alta, más de una vez puesta en duda incluso por ellos mismos, pero de ahí a regocijarse en el acomodo tras del que deviene una inexorable y más que demostrada ramplonería, a tenor de lo que está cayendo, hay una, pongamos por caso, falta de respeto hacia el esfuerzo que supone mantener el sueldo de miles de políticos, y una falta de conciencia que corrobora el desapego y desdén con el que nuestros supuestos representantes afrontan lo que sucede en la calle y en el taller, en la barra del bar y en las aulas, en el supermercado y en el comercio, en la carpintería y en el campo, en la vida de a pie que ellos gastan sobre coches blindados, escondidos en su propio miedo, no sé si a sabiendas o no de que no es ético lo que hacen ya que posiblemente ni se les pase por la cabeza, al menos al señor Arenas, y por extensión a cualquier, tal vez a todos, otro político. Parece ser que se las trae al pairo. El decálogo de mandamientos de la ley del embudo es como el catecismo puesto en práctica a diario por aquellos que gozan dentro de su ramillete de virtudes de una inquebrantable fe sobre unas creencias tan firmes como la tendencia sin retorno que las soporta: la de la injusticia resultante de la atroz manipulación amparada por los sobornados medios de comunicación. De ahí que ahora se haya puesto de moda afirmar que España es un país emergente, con un crecimiento sin parangón, con una recuperación ejemplar, con múltiples posibilidades de adentrarse en diversos mercados, vamos con todo lo necesario para que estemos tranquilos y no demos más la lata con lo que no hace falta que nos cuenten porque lo vemos con nuestros propios ojos: cinco millones de parados y cincuenta euros que cada día duran menos en el bolsillo; vagabundos a doquier durmiendo en aceras y soportales; gente que hace cola en tiendas regentadas por familias orientales porque la economía no les llega ni para cambiar el palo de la fregona; sueldos congelados desde hace casi una década; alquileres equiparables en comparativa a los de centro Europa; jornadas maratonianas en las que después de haberte dejado la piel aún, y si es posible, se te exige algo más, un plus, un último apretón; cero coma cero señales de agradecimiento; un sistema educativo encaminado a otorgar las mejores posibilidades a aquellos que puedan permitírselo económicamente y no a aquellos que se lo merezcan por méritos propios; una fuga de talentos que tarde o temprano hará mella en nuestra toma de decisiones ya que éstas serán llevadas a cabo por una mal adiestrada tecnocracia que comprará sus títulos y echará el ancla en el sillón del despacho; ande yo caliente ríase la gente; planes de urbanismo que culminarán en residencias privadas, en círculos cerrados, en ciudades dentro de ciudades con frontera, pueblos dentro de pueblos con aduana, en la bochornosa diferencia que separa al rico del pobre sin tener en cuenta los valores, y así todo seguido hasta el final. Qué sopor, escuchar cómo dicen esto y lo otro quedándose tan panchos, tan tranquilos, tan anchos como la boca de la ley embudo.


2 comentarios:

  1. "Político" es la ocupación con menos parados. ¡Ojalá fuera al revés!

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    1. Las fábricas de armamento creo que también gozan de muy buena salud laboral.

      Salud, Dyhego.

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