domingo, 20 de septiembre de 2015

Mal gusto


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La conmiseración es un sentimiento que nos lleva a la pena ajena en nuestro fuero interno. Darle la razón a los locos no deja de ser una forma de conmiseración, una manera de dejarles caminar a su aire y no saber cómo explicarles nuestras razones para que entren en razón; también una forma de cobardía, y en el peor de los casos de falta de respeto, pero eso ya no es conmiseración, eso es reírse de los demás a costa de sus desgracias; pero al no existir responsabilidad alguna la conmiseración carece de remordimiento porque al fin y al cabo no hemos intervenido en el desenlace del entuerto, porque no ha dependido de nosotros la aparición de la mala fortuna, porque en definitiva es otro quien se encuentra en ese lamentable estado de desdicha y allá él, aunque como digo dándonos ese tipo de pena que ahondando un poco en el análisis del entorno puede alcanzar a otorgarnos el papel de jueces y parte, que unos llevan bien porque se desentienden mirando hacia otro lado, y otros peor porque no se explican el desaguisado de esta merienda de negros. Dice Robert Zimmerman, más conocido por Bob Dylan, que el vagabundo, el Clochard, que está llamando a tu puerta lleva puesta la ropa que tú vestiste una vez; y escribo esto porque hoy la cosa va de vagabundos, concretamente de un hombre que muchas mañanas me encuentro en el portal de mi casa, tirado, desvencijado y desvalido, incapaz de articular dos palabras seguidas, como una puerta astillada en pedazos, apestando a alcohol y a sudor de varios días, ido, casi siempre delirando en voz alta; un ex legionario que no ha olvidado los himnos y los hábitos de la compañía militar a la que perteneció en una época en la que ir al Tercio era señal de máxima valentía y desquite de persecuciones policiales, una época en la que también podía uno alistarse para tener así la seguridad de comer y vestir y de paso hacerse un hombre. Este clochard de mi calle no ha abandonado  la beoda costumbre de andar como una digna cuba deambulando como un zombie por Sevilla, siendo dueño y señor de su melopea y de un curioso orgullo marcial del que parece no haberse desprendido como si aún formara parte del regimiento del que formó parte, del batallón de los pobres, de los nacidos para perder. Pero toda tesis tiene su antítesis, de la misma manera que para que exista el bien hemos de poder compararlo con el mal. De ahí que existan también energúmenos serenos, sobrios y repeinados, monaguillos vestidos de frailes de la basílica junto a la que vivo, hermanos mayores de la más importante cofradía de Sevilla, gente de bien, religiosos confesos y practicantes, capillitas malas sombras, listillos de barrio, semanasanteros que se aprendieron la música y olvidaron la letra, personas que gozan del mal gusto de reírse de este vagabundo insultándolo, gastándole bromas pesadas, tirándole vasos de agua fría a la cara, grabándolo en sus teléfonos móviles para recrearse después con sus amigos en la contemplación del macabro vídeo de la desgracia humana, delante de mis ojos, sin cortarse ni un pelo, divirtiéndose en ese afán tan nauseabundo como detestable, en esa representación de la poca vergüenza y consciencia, en la repulsiva imagen que me merecen estos descerebrados apóstoles de las carcajadas a costa de las miserias ajenas, estos mezquinos e hijos de puta a los que posiblemente habrá que perdonar porque no saben lo que hacen.

2 comentarios:

  1. Por desgracia hay muy gentuza que se divierte riéndose del que no está en condiciones de defenderse. Si se meten con animales indefensos, ¿no lo harán con personas también indefensas?

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    1. Lo peor, lo que más me sorprende, es cuando se trata de personas con supuestas dosis de urbanidad, de respeto y de educación, de creencias, como para no ser tan hijos de mala madre. Qué aburrimiento.

      Salud, Dyhego.

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