martes, 1 de septiembre de 2015

Un mundo propio.



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Si se para uno a pensarlo, en el fondo estamos solos. La soledad es condición del individuo para con sí. Otra cosa es compartir, socializarse, comunicarse, hablar, escuchar, entender, tratar de comprender, relacionarse y crear los vínculos necesarios para una vida más plena en relación con los demás. El desarrollo personal consiste en eso y en ir salvando las dudas y las cuestiones a partir de respuestas y soluciones que reflejen cierta coherencia y uso de la razón. La ética y los valores personales, pienso, se van forjando a medida que ese espíritu de investigación interior crece y se bifurca en muchos caminos, en cada una de las facetas que más nos interesan y en todas las experiencias de las que vamos siendo testigos. La contemplación es el gozo de la madurez. Por eso creo también que la observación es la madre del pensamiento que conduce al análisis, a la reflexión y a la posterior meditación a solas, cuando estamos solos pero muy bien acompañados por nosotros mismos. Soy de los que cree que eso no es posible llevarlo a cabo de una manera fructífera si no se respalda con el aval de un mundo propio que por definición no deja nunca de ser construido debido al continuo fluir de la existencia con todo lo que ella nos depara. En esa riqueza interior en la que se encuentra todo lo que podemos aportar a los otros se halla también la satisfacción de no saber nada y el convencimiento de la inmensidad del universo. Puede que la humildad, tan necesaria para poder progresar y aguzar la capacidad de escucha, tenga algo que ver con esto. Con quienes más nos atraen y nos gusta estar y discutir, con aquellos a los que acabamos de conocer, con los que cruzamos una palabra en la cola del supermercado y con quienes mantenemos una mera relación comercial, con quienes son nuestros vecinos y con quienes comparten un trozo de la barra del bar, con nosotros mismos para que con todos ellos sea posible. Lo que ocurre, como dice Luis de Lezama, es que el imparable estrés de lo que tenemos que hacer para conseguir esto o aquello, a veces para sobrevivir, viola nuestra intimidad, y con ello se lleva por delante mucho de lo referente al mundo de cada uno sin el cual nada sabe a lo mismo. Apuntaba Saul Bellow que el individualismo no tiene interés si no sirve para extender la verdad, y digo yo que si hay algo de verdad dentro de nosotros ésta no ha podido ser construida a la torera, de cualquier modo, sin reparar ni deducir ni intuir ni sospechar incluso de uno mismo, sin cierta conciencia que nos haga comprender el fracaso como un activo, como la ruptura de la flor que antecede al fruto, al ansiado y maravilloso fruto de la vida en armonía.

2 comentarios:

  1. Es tan necesario estar solo como acompañado, lo malo es que no siempre se puede elegir. Desde luego la soledad impuesta es de lo peor.

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  2. Ese es otro tema, el de la soledad impuesta, de cuyas consecuencias se podrían extraer muchas conclusiones.

    Salud, Dyhego.

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