miércoles, 4 de enero de 2017

Apuntes de un paseo

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Salgo a pasear, a media tarde, por la avenida de la Constitución, con la intención de ir recopilando detalles para tratar después de ponerlos blanco sobre negro en este trozo de vida escrita que a uno se le antoja parte esencial de su dieta, detalles en los que se encuentra el alma de la existencia cotidiana como la pose de los mimos o el cuarteto de instrumentos de viento que interpreta canciones de The Beatles muy cerca de La Casa de la Moneda, como los ciclistas que insistentemente piden paso a los transeúntes que invaden el carril bici y que campan tan a sus anchas y a su aire que no reparan en la leve infracción que supone no dejar espacio para que el tráfico no suponga un incordio; detalles como la cada día más frecuente aparición de policías en todas las zonas del centro montando una guardia que se me antoja creciente y a la que nos tendremos que acostumbrar sirva o no sirva para quitarnos el miedo del cuerpo; detalles como la continua aparición de franquicias extranjeras que venden helados y café y atraen al personal hacia el vaso de plástico y la ciertamente también sonrisa de plástico. A veces incluso al tranvía le resulta difícil  rodar con normalidad de tan aglomerada como se encuentra la avenida, sin dejar de hacer sonar esa campanilla que lo transporta a uno a las postales de mediados del siglo pasado. Salgo y llevo conmigo las ganas de tomar un té que me estimule antes de ponerme al teclado, un cuaderno de notas y las manos en los bolsillos, a lo mío, haciéndome pasar por el estudiante que no me abandona, acompañado por la voz que le va dictando a mis pensamientos todo lo que ve en un intento de conciliarlo con pequeñas frases parecidas a la composición de un poema. Cuando uno camina por una calle tan llena de gente agradece que la onda expansiva de cuanto observa tenga un tinte positivo, un no parecer que va a venir un camión a llevarnos a todos por delante, contemplando como los padres llevan a sus hijos de la mano y le van mostrando con gestos de ternura por dónde han de ir para no tropezarse con nadie, mostrándoles al mismo tiempo con el dedo algunas de las cosas del trayecto que yo supongo van acompañadas de un nombre recién aprendido, de una palabra por primera vez escuchada, de una relación de parentesco entre lo que se muestra y lo que se aprende. Los asadores de castañas hacen que sea posible el efecto especial de la niebla londinense en los cuantos metros cuadrados que circundan sus puestos haciendo que la  memoria se proyecte sobre un cuarto de estar de la infancia caldeado por un brasero junto al que a esta hora de la tarde se hacían los deberes y se pintarrajeaban hojas en blanco con dibujos de casas y de coches y de aviones, de barcos y de árboles, con esa falta de perspectiva naif que inconscientemente le da más importancia a unas cosas que a otras, dejándose llevar el niño por el instintivo efecto que a su imaginación le producen las maravillas de la representación del paisaje, como mi ensoñada fabulación empeñada en pintar lo que aparece ante sus ojos.

4 comentarios:

  1. Gracias a que te empapas de todos esos detalles, de pueden salir unas entradas tan interesantes.
    Gracias, Clochard.
    Salu2 agradeci2.

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    1. Gracias, Dyhego, por el halago, por calificar de interesantes a estas entradas.

      Salud.

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  2. Y que manera de caminar,pareciera que vas dibujando con trazo fino sobre el papel...Un abrazoilustrado!!

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    1. Se trata de dejarse llevar por el reino de las voces, por tocar con los ojos.

      Mil abrazos.

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