lunes, 2 de enero de 2017

Una mañana


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Mañana soleada y al mismo tiempo trufada de ese aire frío que encuentra una cierta templanza en los parches de sol con los que se tatúan de una claridad incandescente los recovecos de algunas calles por las que dejo llevar mi fabulación. Sevilla es una ciudad muy dada a las gélidas sorpresas invernales debido a la falta de costumbre de sus habitantes a la hora de usar ropa de abrigo; son tantos los meses en los que casi literalmente se vive en la calle, gozando del privilegio de un clima favorable, que cuando bajan las temperaturas siente uno en sus huesos el aliento Polar se ponga lo que se ponga. Desayuno con un amigo que tenía muchas ganas de hablar conmigo, de contarme sus asperezas, sus vicisitudes conyugales, sus inquietudes profesionales, sus cosas, y es palpable la emoción que empaña nuestros ojos cuando sale el tema de la comprensión/incomprensión y del sitio que cada uno hemos de ocupar y no ocupamos, y la sensación de justicia poética que se merecen algunos seres humanos es en este caso una de las peticiones que uno se atreve a hacerle a eso que aún no existiendo acabamos llamándolo Destino. Desciendo la cuesta del Rosario, antes de llegar a la Plaza del Salvador, y percibo el sonido de una banda de música encargándose de aderezar con sus compases la salida o entrada de algún Cristo o Virgen, no sé muy bien, puede que uno de esos frecuentes traslados de imágenes de una capilla a otra tan característicos de esta ciudad de la Gracia, uno de esos momentos en los que uno concibe la naturalidad de lo religioso muy dentro del código de barras de este pueblo, una de las condiciones sine qua non la existencia tendría sentido para una población que aún no yendo a misa siente una fervorosa pasión iconográfica, un apego a todo lo concerniente a la Semana Santa que trasciende al día a día posándose en una forma de vida en la que impera el perfecto desorden, la espontaneidad, el sobre la marcha en las maniobras de los actos más cotidianos, con esa mezcla de desdén y respeto que sólo es posible llevar al extremo de la obra de arte cuando se vive en el Sur. Con mis gafas de Pla, con mi mochila y mis libros y mis guantes de lana, con Miguel Hernández y con Thomas de Quincey, con mi corazón recién pintado y con mi aspecto de estudiante o de turista, me acuerdo de algo con lo que no contaba: hoy es día festivo y no podré devolverle a la biblioteca Infanta Elena un par de obras de Muñoz Molina, ni podré pasarme por la librería de la calle Tarifa a la que siempre me dirijo con el instinto de un pescador, con la emoción anticipada por la posibilidad del descubrimiento, pero al mismo tiempo compruebo que las grandes superficies comerciales se encuentran abiertas, no paran, no cesa el flujo sanguíneo del dinero, la envoltura de los regalos, el laberinto de la saturación de ofertas, de modo que decido dejar a disposición del azar el recorrido del paseo hasta llegar de vuelta a casa, al confort del aroma a puchero y a café y a los auspicios de una siesta a la que no le faltará un sueño.

4 comentarios:

  1. Mañana bien aprovechada: paseo y compañía amigable.
    A veces da gusto pasear con frío. Como bien dices, por aquí casi frío, aunque sí "helor".
    Salu2 cáli2.

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    1. Pasear con frío es agradable si se tiene el alma templada.

      Salud, Dyhego.

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  2. Una buena siesta con un sueño es lo que mejor le reconforta a uno...Buena siesta y buen vivir.Un abrazo siestero!!

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    1. Una siesta, después de un buen paseo, es una de las recompensas mejores para iniciarse en la belleza de los sueños.

      Mil abrazos.

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