miércoles, 11 de enero de 2017

Lo humano y lo sencillo


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Que la voz interior de un funcionario llegase a ser la piedra angular del desarrollo de la novela psicológica, o del Realismo psicológico si se prefiere, del siglo XX es algo que no se le podía pasar por la cabeza a Franz Kafka, algo en lo que no reparaba porque su instinto creador derivaba de una serie de reflexiones con las que le daba de comer a las constantes interrogantes de su alma, a base de las cuales montaba el argumento de sus historias, cuyo único fin era el de sacar algo en claro de cada uno de aquellos aciagos días en los que la soledad y la incomprensión lo sumían en un eterno monólogo que puntualizaba los pormenores de lo absurdo del comportamiento humano y del desarrollo de los acontecimientos más triviales constatándolo en episodios que iban desde la transformación de un hombre en un escarabajo al proceso de una causa que ni siquiera se sabía a santo de qué se estaba llevando a cabo, dejando abierto el debate entre lo justo y lo injusto, entre los condicionamientos y los parámetros que rigen el vigor o la derogación de una ley, entre las rutinas laborales que pervierten la libertad del individuo y la cadena de montaje de la producción sin la que no se entiende el papel del hombre en este mundo, como la vida misma en su amalgama de afluentes de un río cada vez más desbordado por el transcurrir incesante de las imposiciones que injustamente marcan el destino de muchas personas. Desde la Grecia clásica, en la que bien mirado ya se sentaron las bases de prácticamente todas las formas literarias, el hombre no ha dejado de constatar con palabras sus inquietudes e insatisfacciones, argumentando la Historia usando metáforas plasmadas en cuentos, versos, relatos, aventuras, gestas, diseminando los puntos suspensivos de la reflexión en forma de ensayo, intentando encontrar respuesta para las preguntas capitales de la existencia, sacando conclusiones mediante el análisis de los incidentes de su entorno, inmortalizando meditaciones y descripciones de causas y consecuencias, de los hechos que se han ido encargando de engordar la herencia que unas generaciones a otras, desde que disponemos del privilegio de la memoria y más tarde del papel, han ido dejándose como legado de tiempos pasados para, y esto es algo en lo que continuamente hemos tropezado al no haber terminado de aprender la lección, no volver a cometer los mismos errores usando como punto de apoyo y premisa a partir de la cual evolucionar como sociedad un pasado lejano o reciente, el despliegue de sabiduría en función de la época vivida y sus singularidades, su riqueza de matices que con facilidad es olvidada o menospreciada. Pero a Franz Kafka no le era indiferente el más mínimo detalle de las funestas intenciones del contrabando espiritual de las prisas y los negocios, de los complejos y los prejuicios, de los roles que había que desempeñar para no ser un tipo raro, único e independiente, librepensador, y es por eso que de sus escritos siempre salimos con un aire de comprensión, de empatía, porque eso a lo que frecuentemente se refieren sus relatos, lo absurdo de las circunstancias trufadas de una recalcitrante falta de ganas por mirar las cosas de una forma más objetiva, es algo que a todos nos concierne y que a todos también alguna vez se nos ha ocurrido. Releo La Metamorfosis con el paladar de quien quiere saborear un café de Nicaragua o un Tokajy húngaro o un Kamptal austriaco, y en cada párrafo se encuentra uno así mismo, más sencillo, más humano, más con los pies en un suelo en el que de nuestra virtud para asumir la realidad depende que no se convierta en una ciénaga de arenas movedizas.

2 comentarios:

  1. La verdad es que Kafka me parece soporífero. "La metamorfosis" me pareció inquietante. Pero "El castillo" y "El proceso", es cierto que me dejaron una sensación de impotencia frente al poder, pero no por ello menos soporíferas, la verdad.
    Salu2, Clochard.

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    1. Sobre gustos hay mucho escrito y más que queda por escribir; y libro que no has de leer déjalo correr.Felices lecturas.

      Salud, Dyhego.

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